sábado, 31 de agosto de 2013

El blues más auténtico

Wolf es uno de los sellos discográficos que mejor entiende el blues tradicional y todos sus artistas representan lo más auténtico del género. Desde el Mississppi profundo hasta el South Side de Chicago, la compañía austríaca ha editado discos con la premisa de documentar a muchos músicos que tal vez no sean comerciales, pero que se merecen dejar grabadas sus interpretaciones para la posteridad. Si bien para el año próximo se espera un álbum póstumo de Magic Slim y el debut de su hijo, Shawn Holt, Wolf acaba de lanzar dos discos de verdaderos bluesmen del Mississippi.

Pat Thomas – Beefsteak blues. Pat vive en Leland. Y todos los días toca por propinas en el Highway 61 Museum. Guía con gusto a los turistas hacia la tumba de su padre, el legendario James “Son” Thomas, en cuya lápida se puede leer: “Denme un bife cuando tenga hambre y whisky cuando tenga sed. Mujeres bonitas mientras esté vivo y el Cielo cuando muera”. Pat Thomas heredó de su padre la pasión por el verdadero blues y el amor por su tierra. Su flamante álbum, el primero para un sello importante, es una obra maestra del blues rural. El hombre, su guitarra y sus blues. Un mano a mano con su pasado, sus raíces y su legado. El listado de canciones tiene algunos clásicos como Rock me baby. Standing at the crossroads, It hurts me too –muy bueno el slide aquí- y Honey bee, así como también el Beefsteak blues y una conmovedora composición propia, Dreams, a la memoria del gran Son Thomas.

Jimmy “Duck” Holmes – All night long. Holmes es el último blusero que sostiene la tradición de Bentonia, esa cuyas páginas más importantes fueron escritas por Henry Stuckey, Skip James y Jack Owens. Holmes sigue viviendo allí y semana a semana toca en su juke joint, el Blue Front Cafe, el más viejo del Mississippi. Es probable que cuando él muera ya nadie más toque blues así, con esa afinación abierta en Re, como solían hacerlo sus mentores. Por eso la importancia a futuro de este disco es mucho más que cualquier cuestión comercial. All night long es su quinto álbum, el primero para este sello (antes editó tres para Broke & Hungry y uno para Fat Possum), y 12 de los 13 temas fueron grabados en los mismos estudios de Leland que el álbum de Pat Thomas. El repertorio repasa clásicos de su región como Hard time killing floor blues, Devil got my woman y I’m going to leave you. El último track, Rock me, fue grabado en vivo en el Blue Front Cafe, y le da al álbum el cierre perfecto, vívido e intenso.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Cantautor bucólico


A poco más de un año del lanzamiento de Born and raised, John Mayer acaba de editar Paradise Valley, un álbum que sigue la línea de su antecesor y en el que el artista consolida un estilo inspirado en el sonido de Laurel Canyon, ese que crearon en los 70 Neil Young, David Crosby, Chris Hillman, Gene Clark, Stephen Stills y Joni Mitchell.

“Paradise Valley sigue el estilo country-folk íntimo y se lo percibe como un compañero de Born and raised. Y eso no quiere decir que sea un trabajo inferior, por el contrario Paradise Valley es mejor que el anterior y sus canciones marcan un equilibrio entre la influencia eléctrica de Eric Clapton y su lado más soft inspirado en James Taylor”, escribió Matt Collar en su reseña para Allmusic.com.

Coincido en parte. El álbum anterior tiene muy buenas canciones, como la que da nombre al disco, así como también Something like Olivia, Queen of California y Speak for me. Por eso es difícil asegurar que Paradise Valley sea mejor. Me gusta pensar más bien que son discos hermandos y complementarios. Aquí hay que desmenuzar sus letras, en las que Mayer sigue luchando contra sus inseguridades y algunos problemas no resueltos de su vida. Letras que muestran su costado más humano y que dejan su imagen frívola a un lado.

Badge and gun es un maravilloso tema acústico, con una melodía notable y emotiva, algo similar a Dear Marie, en la que le canta a una ex novia de cuando tenía 15 años: “Soy el mismo chico que era antes, me pregunto qué sentirás cuando me ves en las tapas de las revistas”. Waiting on the day es otra bella canción, con un estribillo de esos que se nos quedan pegados casi por inercia. I will be found (Lost at sea) es hermosa y sintetiza la pluma exquisita de Mayer a la hora de componer. El álbum tiene dos invitados: su ex novia Katy Perry, con quien canta a dúo Who you love, y Frank Ocean, quien lo acompaña en Wildfire.

Una perla, la más bluseada del disco, es la versión de Call me the breeze, de J.J. Cale. Si bien ahora se la puede interpretar como un homenaje al guitarrista recientemente fallecido, lo cierto es que Mayer lo grabó antes de que eso sucediera. El cover suena muy bien y sus solos son muy sentidos. Cuando el tipo pela blues, lo hace en serio.

En definitiva, con Paradise Valley Mayer termina de definir su perfil de cantautor bucólico que inició con Born and raised y se aleja de su lado más pop de Battle studies (2009) o de su impronta soulera de Continuum (2006). Mayer siempre fue un poco impredecible y polémico y eso agigantó su fama y le valió muchas críticas. Pero no hay dudas de su talento ni de su capacidad. Lo único que le faltaba era definir su estilo y ahora parece que lo consiguió. En pocos días podremos confirmarlo en vivo en el Luna Park. Hasta entonces, John.




sábado, 24 de agosto de 2013

Lanzamientos del blues de Chicago

Big Bill Morganfield – Blues with a mood. Big Bill es dos años menor que su medio hermano Mud. Ambos son hijos del legendario Muddy Waters, aunque de distintas madres. Si bien Big Bill no suena tan parecido a su padre como Mud, tiene un estilo más personal, dentro de los estándares del blues de Chicago. Blues with a mood es su sexto álbum. Siete de las once canciones fueron escritas por él y se reforzó en el estudio con buenos músicos como Bob Margolin, Colin Linden, Eddie Taylor Jr., Augie Meyers y Steve Guyger. Big Bill definió su nuevo proyecto así: “Quise reunir un juego de melodías con grooves pesados y sentimientos profundos cercanos al legado musical de Howlin' Wolf, John Lee Hooker, Muddy Waters y mis demás héroes musicales”. Es muy buena la versión de Havin’ fun, que recrea el clima pre eléctrico de fines de los 40, y también suena muy sólido en el track que da comienzo al disco, Devil at my door. Son of the blues tiene un clima oscuro, con un slide denso en el que Big Bill afirma: “El blues me llama directo desde la tumba de mi padre”.

Toronzo Cannon -John The Conquer Root. El tercer disco –segundo para el sello Delmark- viene a ratificar todo lo que mostró en los dos anteriores. Cannon es uno de los guitarristas que más shows realiza al año en Chicago y de a poco va expandiendo su música hacia otras latitudes. Más allá del primer tema, que da nombre al disco, y que suena muy hendrixiano, el resto del álbum resume la herencia del sonido del West Side. Cannon es un cantante notable y un guitarrista formidable, que alterna entre la Gibson Flying V, la Les Paul y la Fender Stratocaster, y de cada una de ellas saca lo mejor que puede. Cannon también se distingue por su pulcra vestimenta, que alterna con diferentes sacos cruzados y sombreros Fedora. Los once temas son originales y entre la alta densidad de blues eléctrico, se cuela una pizca decorativa de funk y psicodelia. La banda que lo acompaña es una aplanadora: Lawrence Gladney (guitarra), Larry Williams (bajo), Roosevelt Purifoy (piano y teclados) y Brian Jones (batería). Sus amigos y compañeros de ruta, Joanna Connor y Mike Wheeler, aportan sus voces en un par de temas, así como Omar Coleman suma su armónica en otras canciones.

Chicago Blues All Stars - Red, hot & blue. Este disco promete más de lo que es. A priori, la suma de nombres que conforman la banda da para ilusionarse: el baterista Ray “Killer” Allison y el bajista Johnny B. Gayden llevan la rítmica, mientras que el veterano Johnny Cotton está al frente de la sección de vientos y Chicago Slim canta y toca la guitarra. A ellos los acompaña Scott Dirk en armónica y otros invitados. El track list también es auspicioso. Snatch It back and hold it, Wang dang doodle, Walking the dog, Hoodoo man blues y Rock Me Baby son algunos de los covers que interpreta la banda. Más allá de los nombres y las canciones, el álbum no termina de cerrar. Es cierto que en Chicago ahora la mayoría de los músicos tocan más funky y soul que blues tradicional, pero aquí más allá de la excesiva tendencia funky, la guitarra se muestra demasiado frenética y chillona, hay un abuso de efectos y los caños no alcanzan a darle el vendaval necesario que la música de Chicago requiere. Red, hot & blue tiene una producción exagerada y a veces en el blues eso es contraproducente.

sábado, 17 de agosto de 2013

Guitar hero

Lo que vivimos anoche en el Luna Park fue inolvidable. Joe Bonamassa tocó durante más de dos horas y enloqueció a las cinco mil personas que asistieron al show. Fue brillante, explosivo y fantástico. Y no hubo demagogia alguna: apenas unas pocas palabras de agradecimiento; el resto fue todo virtuosísimo y pasión. Bonamassa es el guitar hero de esta generación. Supo cómo redefinir la influencia de los viejos maestros para alcanzar su propio estilo.

En mayo del año pasado se presentó en el Teatro Coliseo y cuando terminó dejó una frase picando: “Nos vemos el año que viene”. Los meses pasaron y la promesa de Bonamassa se cumplió. Él mismo se mostró ayer sorprendido por el tamaño del Luna Park y la cantidad de gente que había. “Hoy hablé con mi mamá por teléfono y le dije que me iban a venir a ver cinco mil personas. Ahora ya no hace falta que me busque un trabajo en serio, puedo vivir de la música”, bromeó.

La banda que lo acompañó tuvo un plus extra a la del año pasado. Si bien la rítmica estuvo conformada por sus fieles laderos Carmine Rojas y Tal Bergman, al frente de los teclados estuvo esta vez el notable Derek Sherinian, su ex compañero de Black Country Communion y ex integrante de Dream Theatre. Otra de las diferencias con el show del Coliseo fue el comienzo: arrancaron con un set acústico de unos 20 minutos, inspirado en el flamante disco doble An acoustic evening at the Vienna Opera House. Bonamassa abrió solo con una guitarra Alvarez y un instrumental potente: Palm tres, helicopters and gasoline. Sherinian y Bergman subieron para acompañarlo desde los teclados y la percusión en una épica interpretación de Seagull, el clásico de Bad Company. Siguieron con una versión bluseada de Jelly roll, del legendario Charles Mingus, y con Athens to Athens, en la que Bonamassa sonó como un curtido guitarrista de flamenco. Para cerrar la primera parte se volvió a quedar solo e interpretó Woke up dreaming, donde parecía que había tres guitarristas en escena.

Furia eléctrica 

Tomó una Les Paul, con su nombre tallado en el mástil, y lanzó los primeros acordes de la descomunal Dust bowl. Hasta ese momento todo era perfecto, pero se produjo un pequeño incidente. En el comienzo de Story of a Quarryman tuvo un problema con el micrófono. Mientras la banda levantaba vuelo, él comenzó a golpearlo y nada. Entonces, demostró porque es un grande. En lugar de interrumpir la canción hizo que la banda bajara los decibeles, el estadio enmudeció y él cantó a capella. Fue un momento mágico. Varios temas después dijo: “Cuando era chico tomé lecciones con una cantante de Ópera. Y ella me decía: ‘Joseph a veces se canta con micrófono y a veces no’. Perdón por el inconveniente técnico que tuvimos antes”, dijo entre risas.

La voz grabada de Howlin’ Wolf se apoderó de todo el estadio antes del comienzo de Who’s been talking y dio paso a uno de los mejores -y más bluseros- momentos de la noche. Siguió con Someday after a while y dejó demostrado que por más que no toque tanto blues, cuando lo hace es imbatible. Esos solos fueron tan sentidos que es difícil encontrar las palabras justas para describirlos. En Dislocated boy usó una guitarra Ernie Ball doublé neck y en Driving towards the daylight se lució con unos solos estupendos y mucho juego de perilla. Esos temas de su último disco de estudio dieron paso a una locomotora desbocada: en Slow train se notó más que en otros temas la fuerza increíble de la banda y como son vitales para que Bonamassa suene como lo hace.

Luego homenajeó a dos de sus máximas influencias: primero a Gary Moore con una sutil interpretación de Midnight blues y después a Jeff Beck con Spanish boots, donde sus dedos parecían serpientes enloquecidas sobre las cuerdas de la Les Paul. Song of yesterday, de BCC, y Django anticiparon el final, que llegó con Mountain time, en el que coló algunas pinceladas de Won't get fooled again, de The Who, y Derek Sherinian mostró desde los teclados todo su bagaje de rock progresivo.

Bonamassa se despidió y la ovación fue tan impresionante que tardó menos de un minuto en volver al escenario. Para los bises eligió Sloe gin y la poderosa Ballad of John Henry. Presentó a los músicos y comenzó a sacar fotos al público con su teléfono celular. Sin dudas, este extraordinario guitarrista de apenas 36 años ayer se ganó definitivamente al público porteño y logró algo que creo sólo otros cuatro músicos vivos de blues –B.B.King, Buddy Guy, Johnny Winter y Jimmie Vaughan- podrían lograr acá: hacer estallar al Luna Park.

jueves, 15 de agosto de 2013

Marca registrada

Live Johnny Winter And es uno de los mejores discos en vivos de la historia del rock. El albino estaba en su momento de mayor furia interpretativa y lo acompañaba una banda demencial –Rick Derringer, guitarra; Randy Jo Hobbs, bajo; y Bobby Caldwell, batería-, que lo seguía con una fuerza imbatible. El disco tiene versiones fulminantes de Johnny B. Goode, Jumpin’ Jack Flash y Good morning little schoolgirl. El sonido de su guitarra, una marca registrada, inalterable e inigualable que trascendió a su tiempo, quedó patentada a partir de una serie conciertos realizados durante 1970 que nutrieron a ese álbum, como los del Capitol Theatre en Port Chester, Nueva York; el Pirate's World en Dania Beach, Florida y el Fillmore East.

Ahora, los arqueólogos musicales de Sony desenterraron una obra majestuosa. Un disco que es el complemento ideal de aquél que venimos escuchando desde hace décadas. Johnny Winter And Live at the Fillmore East 10/3/70 rescata material que quedó afuera de aquella primera selección y es todavía más visceral y enérgico que su antecesor. La calidad del sonido además es excelente.

El álbum empieza con una notable versión de Guess I’ll go away, con unos solos que nacen bien desde atrás, muy pasionales, y que van ganando en intensidad a medida que la canción avanza. Ese tema sintetiza el cambio de época que se estaba produciendo y es un buen puente entre el rock de los 60 y los 70. La banda se muestra atrevida y dignifica cada movimiento de Johnny Winter arriba del escenario. Sigue con una versión diferente a la que está en el primer álbum de Good morning little schoolgirl. Aquí aparece Rick Derringer con toda su personalidad. En los menos de cinco minutos que dura el tema se entiende cuál era la simbiosis que había entre ellos por esos años. Lo mismo pasa en Rock and roll hoochie koo, que fue un éxito compartido entre ambos.

Johnny Winter no dejó el blues ni aún en su momento más rockero. La versión de It’s my own fault así lo certifica. El albino se desangra durante más de 20 minutos y se bate en un duelo mortal con Derringer. Después encara Highway 61 Revisted, de Bob Dylan, a pura distorsión y deslizando su slide de manera osada. Con Mean town blues pasa algo parecido a lo que sucede en It’s my own fault. Ambos temas también están en el disco anterior, pero aquí son versiones más crudas y mucho más extensas. Por caso, esta sobrepasa los 18 minutos, mientras que en el otro disco dura la mitad. En el cierre hay más blues con Rollin’ and tumblin’, inspirada en Muddy Waters.

Este álbum supera a todos los bootlegs que se estuvieron editando en estos últimos años y también me animo a decir que está por encima –o al menos a la par- de Live Johnny Winter And y de otro álbum suyo célebre de esa década: Captured Live. Más de 40 años después tenemos la posibilidad de escuchar este viejo show, que representa con total fidelidad una era dorada del rock and roll.


domingo, 11 de agosto de 2013

El regreso de la Bestia

Lurrie Bell es una bestia arriba del escenario. No hay medias tintas ni timidez en lo que hace. Cada solo o cada uno de sus rugidos están directamente conectados con lo más profundo de su ser. En él la bestialidad es majestuosa. Es una fiebre que brota de su interior y contagia a todos los que están a su alrededor. A dedo limpio desafía a las cuerdas de su guitarra y lleva sus punteos en un ida y vuelta entre lo más puro del blues de Chicago y la influencia cada vez más marcada de Albert King. Una vez más, el abominable hombre del blues tomó por asalto a La Trastienda y logró su cometido: un retorno triunfal.

Fue una noche especial en la que el blues pudo más que la actitud infeliz de los dueños de La Trastienda. Afuera hacía mucho frío y los sargentos de la seguridad tuvieron la misma actitud insoportable de siempre. En vez de agilizar el ingreso lo único que hicieron fue que muchos titiritaran en la puerta. Ese celo absurdo por tener despejada la entrada no lo aplicaron adentro para cumplir con la ley: La Trastienda vendió alcohol como cualquier otro día, pese a la veda electoral.

Poco después de las 12, se presentó Blue Turtle, la banda formada por Javier “El Ciego” Goffman (voz), Juan Ignacio Duggan (guitarra), Gustavo Doreste (teclados), Patricio Micheloud (armónica), Hernán Fridman (bajo) y Gady Napoli (batería). Fue un show breve pero exquisito, en el que mostraron parte de su repertorio de swinging blues. Abrieron con Hey bartender y luego hicieron un tema en español. Goffman, un cantante con muchos recursos vocales y curiosos movimientos arriba del escenario, dedicó Sunny side of the street a Louis Armostrong y después cantó mitad en español y mitad en inglés Sweet little Angel, con un despliegue bárbaro de Duggan en guitarra. Cerraron con Don’t you lie to me, de Brownie McGhee.

Luego de un breve intervalo, en el que inesperadamente sonaron algunas canciones del álbum Cold fact, de Rodríguez, aparecieron en escena Nico Smoljan & The Shakedancers, una de las mejores bandas locales, que más allá de contar con la destreza de Smoljan en armónica y el talento de Matías Cipilliano con su Stratocaster, tiene a Pato Raffo y Mariano D’Andrea como pilares de buen ritmo. A ellos se les sumó Machi Romanelli en teclados. Abrieron con un instrumental y rápidamente le dieron la bienvenida a Eddie Taylor Jr.

El hijo del legendario guitarrista de Jimmy Reed tuvo una actuación discreta. Parecía como retraído arriba del escenario y nunca tomó control total de su parte del show. Arrancó con Sadie y Woke up this morning. Cuando terminó el segundo tema pidió al sonidista que le subiera los monitores y por un momento sobrevoló el fantasma del último show de James Cotton, pero por suerte, y más allá de algunas vibraciones de los reverbs, el tema no pasó a mayores. Siguió con una versión de Hoochie coochie man y cerró con That’s all I need, de LaVern Baker y Magic Sam.

Entonces llegó el momento que todos esperaban. Lurrie Bell apareció cargando su Gibson 335 mientras la banda lanzaba los primeros acordes de Poor boy. Enchufó la guitarra y se acercó al micrófono y en cuanto empezó a cantar envolvió a todos en su barbarie. Sus solos voraces, su gesticulación feroz y su entusiasmo fueron in crescendo. En total hizo seis temas, ninguno duró menos de diez minutos, en los que dejó que Smoljan y Machi Romanelli hicieran algunos solos, mientras que Eddie Taylor Jr. se dedicó por completo a la guitarra rítmica. El repertorio incluyó The Sky is cryin’, Kansas City, una fulminante versión de Reconsider baby y Messin’ with the kid.

Lurrie logró que muchos se acercaran al escenario a vitorearlo. Y él respondió con todo el blues que lleva adentro: pasional hasta desangrarse delante de todos. Para el bis se guardó Crosscut saw y así ratificó una vez el amor incondicional que hay entre él y el público porteño.

jueves, 8 de agosto de 2013

Un libro imprescindible

Todos conocemos a Gabriel Grätzer. Además de ser uno de los máximos exponentes locales del country blues, es un reconocido docente e investigador que lleva más de la mitad de su vida dedicada al blues. Así como editó tres discos –El Blues lleva tiempo, es su último trabajo- escribió infinidad de artículos sobre la historia del género. La mayoría de esos textos fueron publicados en la revista Notas Negras. Ahora, todo ese trabajo se ve condensado y ampliado en un libro extraordinario e imprescindible, el primero dedicado al blues escrito en la Argentina.

Blues por Regiones relata el desarrollo y las distintas formas folclóricas del blues y ofrece un recorrido imaginario por las regiones de Mississippi, Alabama, Texas, Louisiana, Memphis, St. Louis y Chicago. Con una prosa clara y sencilla, Grätzer reconstruye los orígenes del blues, que se remontan al siglo XIX, pero cuyas raíces más profundas cruzan el Atlántico y llegan hasta el continente africano.

La primera parte de Blues por Regiones está dedicada a lo que Grätzer denomina “La era de la grabación”. Allí cuenta el boom que se produjo principalmente entre 1927 y 1938 cuando sellos discográficos como Columbia, Okeh, Vocalion o Paramount comenzaron a grabar de manera compulsiva a músicos rurales y cantantes de vaudeville. También hace referencia al período de postguerra y a la electrificación del sonido, con base en Chicago, que le dio al blues una nueva perspectiva.

En cuanto a las regiones, Grätzer divide el mapa de EE.UU. en nueve zonas y en cada uno de ellas describe su geografía, su historia, la situación social de comienzos de siglo, el tipo de sonido, los instrumentos preponderantes y quienes fueron sus protagonistas. El libro tiene además un abundante material fotográfico y un completo índice discográfico.

Grätzer, que como músico fue distinguido como “Embajador del Blues Argentino en el Mundo” y como docente creó la Escuela de Blues del Collegium Musicum de Buenos Aires, es muy puntilloso en cuanto a los datos, fechas y nombres, lo que ayuda a entender con mayor claridad un período de gran desarrollo de la música popular estadounidense, que no es otra cosa que la semilla de todo lo que vendría después.

Puntos de venta:
- Disquería Sweet Home, Rodríguez Peña 122, Capital Federal.
- La Escuela de Blues, Charcas 3492, Capital Federal (de lunes a viernes de 16 a 20) o se puede encargar por mail a contacto@escueladeblues.com.ar
- Próximamente estará disponible en algunas librerías de Capital Federal y La Plata.

martes, 6 de agosto de 2013

La nueva sangre del blues


Trampled Under Foot – Badlands. Los hermanos Danielle, Kris y Nick Schnebelen tienen poco más de 30 años y llevan la música bien adentro. Sus padres, Bob y Lisa, también son músicos pero nunca pudieron salir del circuito blusero de Kansas City. Sus hijos, en cambio, han ganado infinidad de premios y concursos en los últimos años y avanzan a paso firme en su camino a la consolidación definitiva. Danielle toca el bajo y canta, Nick es un guitarrista excepcional y también canta y Kris es el encargado de la batería y la percusión. Badlands es su quinto álbum, aunque el primero que graban para un sello importante como Telarc. Es una combinación enérgica de blues y soul, con la guitarra bien al frente y una producción exquisita a cargo de Tony Braunagel, baterista de Robert Cray. El disco cuenta con dos músicos invitados: el tecladista Mike Finnigan y el violero Johnny Lee Schell, los mismos que colaboraron en el extraordinario Wrong side of the blues, de 2011. Doce de los trece temas fueron escritos por la banda. El único cover es It’s a man’s man’s world, de James Brown, que Danielle canta con una magia extraordinaria. Tarmpled Under Foot atraviesa un período creativo e interpretativo alucinante, y tiene un futuro enorme. 

Jackie Venson – Rollin’ on (EP). Curiosa es la historia de esta joven nacida en Austin, Texas, y formada musicalmente en el prestigioso Berklee College of Music. Pasó la mitad de sus veintipico de años aprendiendo piano hasta que hace dos se cansó y empezó a tocar la guitarra. El progreso que logró en tan poco tiempo con el nuevo instrumento sólo lo puede explicar una combinación de puro talento y mucho esfuerzo. Hace un par de meses, ese cambio de hábito musical se vio reflejado en el lanzamiento de su primer EP. En las seis canciones que componen Rollin’ on, Venson muestra el abanico de recursos que posee con la guitarra, su capacidad para escribir canciones y lo gran cantante que es. Desde el power psicodélico Sins of our fathers o el feeling más puro del blues acústico en el tema que da nombre al álbum, hasta la impronta de Bo Diddley mezclada con cierto aire reggae en Oh na na muestran todo su potencial. Pero eso no es todo: su aproximación al blues rock en Witchcraft; su costado más melódico en Rise; o el blues rabioso Down dirty terminan de redondear a una artista que va a dar mucho que hablar.

Quinn Sullivan – Getting there. En el blues hay una lista larga de guitarristas precoces que sorprendieron por su virtuosismo siendo muy pequeños. Ahora me vienen a la cabeza Shuggie Otis, Joe Bonamassa, Eric Steckell o Nathan Cavaleri. Desde hace unos años, la nueva joya se llama Quinn Sullivan. Acaba de cumplir 14 años y ya tiene dos discos editados. El segundo, Getting there, es el más reciente y es su gran apuesta. En 2008, cuando tenía tan sólo nueve años, fue elegido por Buddy Guy para que abriera muchos de sus shows, algo que sigue sucediendo hasta el día de hoy. También captó la atención de B.B. King y tocó varias veces con él. Como solista ya se presentó en el Beacon Theatre de Nueva York y en varios programas de tevé masivos como los shows de Oprah Winfrey y Jimmi Kimmel. El disco fue producido por el baterista Tom Hambridge, quien ya trabajó con artistas como Susan Tedeschi, Johnny Winter, Delbert McClinton, Jimmie Vaughan y Hubert Sumlin. Doce de las trece canciones fueron escritas por Hambridge, Sullivan y Richard Fleiming. El único cover es Got to get better in a little while, de Eric Clapton, que fue grabada en vivo en Chicago. Getting there suena bien, Sullivan expone su virtuosismo con las seis cuerdas, aunque su voz no termina de madurar. El tiempo dirá si logra consolidar todo lo que promete.

sábado, 3 de agosto de 2013

El mismo de siempre

“Toda mi vida he sido el mismo y nunca voy a cambiar”, canta Buddy Guy en Never gonna change. ¿Pero es eso cierto? Algunos piensan que no, que Buddy Guy dejó la senda del blues para convertirse en una especie de rock star. Y en algún punto tienen razón, hay algo de estrella en él. Pero en el fondo, como bien sostiene en su canción, sigue siendo el mismo hombre de blues de siempre. Sigue viviendo en Chicago y no desperdició su talento. A fines de la década del 50, cuando apenas tenía poco más de 20 años, fue acogido por los popes de Chicago que grababan para Chess Records y desde entonces desarrolló una carrera fabulosa. Hoy, esa oportunidad que le dieron hace 50 años, la retribuye con creces a otros músicos a los que apoya y da aliento.

El Buddy Guy’s Legend, su bar en Chicago, está a unas 15 cuadras del viejo edificio de Chess. Eso habla de un sentido de pertenencia absoluto. Eso lo refleja también en dos de las canciones de su flamante álbum doble Rythm & Blues: Best in town y Meet me in Chicago. Este disco viene a ser una especie de manifiesto de lo que el blues significa para él. Más allá de tener una producción superlativa, un sonido perfecto y una mezcla final descomunal, la columna vertebral del nuevo álbum son excelentes canciones y tremendísimas interpretaciones.

Pero hay algo más: una selecta lista de invitados. Algunos, los que nunca faltan, criticarán que Buddy Guy eligió a músicos de rock y country para hacer un álbum más comercial. Es probable, pero también es estúpido pensar que Buddy Guy haría un disco para que no venda. Lo importante aquí es que los invitados cumplen en sus apariciones. En el disco uno, Kid Rock le pone garra y mucha onda a una nueva versión de Messin’ with the kid, que Buddy solía tocar con su histórico socio, Junior Wells. La ascendente Beth Hart brilla con intensidad en What you gonna do about me; y Keith Urban aporta una dulzura campestre a la balada One day away. En el disco dos, los miembros de Aerosmith Steven Tyler, Joe Perry y Brad Whitford, se desgarran el alma en Evil twin, un blues furioso de guitarras en llamas; y Gary Clark Jr. se bate a duelo con el gran maestro en Blues don’t care.

En cada una de las 21 canciones, Buddy Guy ratifica su compromiso con el sonido de Chicago y con sus mentores, más allá de cierta pirotecnia de la que podía haber prescindido. De todas maneras, casi todo lo que hay en Rythm & Blues es talento, historia y pasión. Y eso… es suficiente.