miércoles, 28 de noviembre de 2012

JLW, el bluesman provocador

El Buenos Aires Blues Festival fue un lujo. Contó con un menú de artistas heterogéneo que ofreció variedad de estilos pero con un punto en común: el talento. Fue una verdadera fiesta que tuvo su punto culmine anoche con uno de los pesos pesados del blues actual. Joe Louis Walker dio un show enérgico y provocador en el que, si bien no tocó tanto la guitarra como esperábamos, mostró que es uno de los mejores cantantes del momento y que tiene un magnetismo feroz arriba del escenario.

The Jackpots
La segunda jornada del festival comenzó con la banda revelación del año pasado. Los neuquinos The Jackpots –Damián Duflós y Rafo Grin- acompañados por algunos de los Easy Babies –Mauro Diana, Homero Tolosa y Machi Roamenlli- mostraron que el blues no tiene fronteras si uno lo lleva bien adentro del alma. Tocaron poco más de media hora y lo hicieron con mucha garra. Rafo Grin es un guitarrista excepcional, posee una técnica pulida y suena muy bien. Duflós está ampliando sus horizontes vocales y sopla la armónica como si lo hubiera hecho arriba de un tren por el Mississippi en una vida anterior. Tocaron todos temas de su disco Playin’ the blues (by the rules) y realmente se lucieron. Un debut auspicioso en La Trastienda. Ojalá vuelvan pronto a Buenos Aires.

Florencia Andrada
Luego apareció en escena Florencia Andrada y su banda para transformar los blues en retro soul. Junto a Julio Fabiani y Roberto Porzio en guitarras, más otros siete músicos -entre coristas, caños, teclados, bajo y batería- tocaron temas de su flamante disco, Otra realidad. Florencia va ganando confianza con el correr de los shows. Ahora se la nota más cómoda al frente de la banda y sólo es cuestión de tiempo para que se convierta en la diva que está destinada a ser. Su voz tiene una naturalidad manifiesta cuando canta tanto en español como en inglés. Anoche, el único cover que hizo fue Drown in my own tears, de Ray Charles, y luego mostró parte de su nuevo material, con todas composiciones propias.

Mariano Massolo
Pasada la media hora de soul, el escenario de La Trastienda pareció viajar en el tiempo. Mariano Massolo presentó su fabuloso combo de jazz y gispy swing acompañado por dos guitarras acústicas, contrabajo y clarinete. Invocó el espíritu de Django Reinhardt y por momentos sus canciones recordaron a la banda de sonido de una película de Woody Allen. El show fue casi todo instrumental, aunque un par de temas fueron cantados por Melisa Blanco. La banda, que después sumó al trombonista ciego Eduardo Manetti, sonó tan pero tan bien que se conquistó al público de una manera asombrosa. Massolo sopló su armónica con una potencia descomunal, como si en vez de tener dos pulmones tuviera 16.

Y todavía faltaba la estrella de la noche. El señor Joe Louis Walker pisó el escenario mientras Nasta Súper tocaba un shuffle introductorio. JLW enchufó su Gibson Les Paul marrón, pero se demoró en empezar a tocar. Había un pequeño ruido molesto, proveniente de la pedalera que no lo dejaba comenzar. Después me enteré que esos pedales los había comprado ayer mismo y que el tipo se encaprichó en querer estrenarlos. Un par de minutos después se sumó al shuffle solamente para terminarlo enseguida. Anunció que seguiría con Natural ball y cuando la banda tocó los primeros acordes el aulló las primeras líneas de la letra con un registro vocal impresionante, al mejor estilo Otis Rush. Pero no hizo ningún solo extenso y dejó que Nasta y el tecladista Walter Galeazzi se lucieran en el comienzo.

JLW & Natacha Seara
Después vino el momento del slide con Tell me why. Hubo un par de acoples molestos que resolvió dejando más lugar a los solos de Nasta y Galeazzi. JLW cambió de guitarra, por otra Les Paul, para It’s a shame, de su disco Witness to the blues (2008), y retomó los solos mientras Gabriel Cabiaglia y Mauro Ceriello marcaban el ritmo con la precisión de una pieza de relojería suiza. Luego arrasó con un rock and roll bien stone, Too drunk to drive drunk, haciendo honor a las lenguas que decoraban la correa de su guitarra. Lo mejor de la noche fue cuando se dedicó a tocar un slow blues, Sugar mama. La banda bajó un poco el volumen y él mostró unos punteos asesinos. Estaba muy compenetrado en su solo cuando rompió una cuerda y tuvo que excusarse con una broma: “Tocó mejor con cinco”, dijo. Dejó la guitarra, sacó una armónica de su bolsillo y empezó a soplar unos agudos chillones. Se bajó del escenario y empezó a caminar entre las mesas mientras. Mientras seguía soplando le daba la mano a los hombres y abrazaba de manera lasciva a las mujeres. Cuando llegó a la barra se encandiló con la rubia Natacha Seara y le dio su armónica. Tocaron un poco cada uno ante las risas de todos. Los dos terminaron arriba del escenario y él chupaba la armónica que después le pasaba a Natacha y ella, que no se amedrentó, terminó tocando hasta el final de la canción.

JLW & Paloma Sneh
JLW apuró los últimos dos temas con Paloma Sneh en saxo y se fue para volver unos segundos más tarde, cuando el interrogante del productor Mariano Cardozo -“¿Quieren una más de Joe Louis Walker?”- todavía resonaba en el ambiente. JLW tomó su guitarra, intentó colocarse la correa y desistió. “¿Les gusta Muddy Waters?”, preguntó. A la respuesta obvia del público siguió una furiosa versión de Hoochie coochie man con él en la armónica y haciéndose el duro arriba del escenario. Terminó de manera bizarra y provocadora agitando una botella de cerveza para simular una eyaculación.

No hubo tiempo para más. El Buenos Aires Blues Festival fue un éxito y la puerta quedó abierta para que el año que viene se haga la segunda edición.

martes, 27 de noviembre de 2012

Junior Watson, maestro de la diversidad


En la vida hay momentos superlativos y muchas veces la música es responsable de ellos. Anoche, en la primera jornada del Buenos Aires Blues Festival, vivimos algo así. Junior Watson mostró que con talento y pasión se puede deslumbrar a un público ávido de blues tocando otros ritmos. De principio a fin, fue una noche fabulosa. La organización estuvo diez puntos, todo empezó con puntualidad y las bandas que precedieron al guitarrista californiano lo hicieron de manera extraordinaria.

Las Hoochies
La apertura estuvo a cargo de Las Hoochies, un grupo integrado por cuatro mujeres que tiene mucho más futuro que historia. Sin dudas se lucen arriba del escenario: son bellas, tienen actitud y tocan blues sin tapujos. Interpretaron media docena de canciones, entre temas propios y tres covers: The thrill is gone, Honey hush y una versión con el bajo bien al frente de I just want to make love to you. Vanesa Harbek estaba en llamas y las otras tres Hoochies estuvieron a la altura de las circunstancias. Fue un gran debut para ellas en el escenario de La Trastienda.

Easy Babies
Después aparecieron los Easy Babies. La banda encabezada por Mauro Diana y Roberto Porzio hizo lo que mejor sabe hacer: animar a la gente con ese blues distintivo que según ellos paga mal (pero rinde bien). Acompañados por Homero Tolosa en batería, Federico Verteramo en guitarra y Machi Romanelli en teclados tocaron temas de su disco de 2010. Conseguite otra mujer, que de acuerdo con Mauro Diana “es más fácil cantar el coro que conseguir realmente una”, fue uno de los mejores momentos, por la onda de ellos arriba del escenario y por el slide afilado de Roberto Porzio. El otro fue el final bien arriba con (Estamos) Haciendo las cosas bien. La banda mostró la solidez de siempre, aunque esta vez tuvo como plus del virtuosismo del zurdo Verteramo, el swing de los teclados de Romanelli y, en un par de canciones, la armónica enérgica del patagónico Damián Duflós.

Cool Groove
El blues tuvo su descanso cuando una decena de músicos vestidos de negro y con corbata subieron al escenario. Los Cool Groove blandieron sin pudor su propuesta de funky instrumental. Una sección de caños feroz sacudió el ambiente por sobre la base contagiosa del hammond de Walter Galeazzi. La sorpresa llegó cuando invitaron a la cantante Antonella Volpentesta que se animó a dos clásicos del soul de los 60: What’s going on, de Marvin Gaye, e If you want me to stay, de Sly & The Family Stone. Pese a que algunos tenían reparos por la presencia de esta banda, quedó claro que la buena música supera a los prejuicios.

Igor Prado
A las 22 aparecieron en escena el guitarrista brasileño Igor Prado junto al histórico tecladista Patán Vidal, y una de las mejores secciones rítmicas bluseras del país: Mariano D’andrea y Pato Raffo. Empezaron con un shuffle con sonido retro, en el que Prado sacó unos solos enloquecidos que acompañó con movimientos muy marcados de su cuerpo. Derspués cambió la guitarra de caja por una Fender Stratocaster rosa para una versión sublime de Drive it home, de Snooks Eaglin. Y luego se deshizo en elogios para presentar a uno de sus maestros y máximas influencias, el señor Junior Watson.

Desde el instante en que Watson tomó su guitarra Spaguetti Western todo lo que nosotros sabíamos de blues quedó a un lado. Él no vino a tocar lo que no está acostumbrado a hacer, que es lo que la gente acá más quiere -Chicago blues-, sino que vino a ganarse al público con lo que hace habitualmente. “Estoy contento de estar en la Argentina. Esta es la tierra de dos de los guitarristas que más admiro: Oscar Alemán y Gonzalo Vergara”, dijo para empezar y robarse los primeros aplausos. Empezó con Wolfpack, un tema que suele tocar en vivo, y después sorprendió: “Hoy tengo ganas de ritmo latino”. Entonces empezó a tocar una versión instrumental y suave de Garota de Ipanema. Pero no terminó ahí: fascinó con un cha cha cha y con Cuban getaway -de Ike Turner- en el que, entre corte y corte, exclamaba “¡Qué rico!” o “¡Mi vida loca!”.

Junior Watson
“Me gustaría cantar como Elvis Presley, pero eso es algo que no va a pasar en esta vida”, anunció antes de sacar de su guitarra los primeros acordes de One night with you. Se entendió tan bien con la banda, que hasta pareció que no era la primera vez que tocaban juntos. El blues estuvo presente, claro, con Pleasure is all mine y Dragnet blues, de su flamante álbum Jumpin’ wit Junior. Para terminar invitó a Igor Prado para una versión instrumental de un tema inspirado en James Brown. Watson, el hombre de la barba más prominente luego de los ZZ Top, dejó el escenario por unos segundos y volvió para un bis tan brutal que nos dejó a todos sin aliento. “Esta es la música que yo escuchaba cuando era chico, mucho antes de descubrir el blues y del surgimiento de los Beatles”. Su guitarra disparó fuego con un medley de surf rock inflamable que incluyó extractos de temas de Dick Dale, Link Wray y The Ventures, entre otros.

La diversidad fue la clave de la noche. Junior Watson rompió el molde y eso algo que las mentes obtusas no saben valorar. Allá ellos, ojalá haya más noches superlativas como esta.

domingo, 25 de noviembre de 2012

Buenos Aires Blues Festival

Este lunes y martes se realizará el primer Festival de Blues de Buenos Aires, auspiciado por Delta Airlines y con el aval de la Embajada de Estados Unidos. Por el escenario de La Trastienda desfilarán algunas de las mejores bandas locales, que sintetizan lo mejor del blues y ritmos afines. El lunes tendrá como protagonistas a Las Hoochies, Easy Babies y Cool Groove, mientras que el martes será el turno de The Jackpots, Florencia Andrada y Mariano Massolo. Ellos serán teloneros de dos de los mejores guitarristas estadounidenses del momento:

JUNIOR WATSON - LUNES 26 DE NOVIEMBRE. Michael Watson, más conocido por su apodo de Junior, es hoy uno de los máximos exponentes del blues de la costa oeste. De alguna manera, ocupó el lugar vacante que dejó la temprana muerte de Hollywood Fats y con los años no hizo más que pulir su estilo, una combinación de jump blues y Texas, cuyas principales influencias son Pee Wee Crayton, T-Bone Walker y Luther Tucker. Además, en su formación profesional se destacan sus pasos por Canned Heat durante los 90 y los Mighty Flyers de Rod Piazza, banda de la que fue uno de sus miembros fundadores.

Su experiencia en los estudios de grabación es amplia: trabajó con decenas de músicos y fue uno de los guitarristas más requeridos por armonicistas de primera línea como Charlie Musselwhite, George”Harmonica” Smith, Snooky Pryor, William Clarke, John “Juke” Logan, John Nemeth, Lynwood Slim y Mark Hummel. Sin embargo, su carrera solista se expresó más en vivo con apariciones en festivales, shows en los principales clubes de blues de los Estados Unidos y giras internacionales. Tal vez por eso apenas pudo editar tres discos propios: Long overdue (Black Top / 1994), If I had a Genie (Heart & Soul / 2002) y el flamante Jumpin’ wit Junior, para el sello Watch Dog Records, que parece que fue grabado en la década del 50, y que consolida a Watson como uno de los guitarristas más innovadores del momento. “En este disco realmente capturé los tonos y la atmósfera que siempre escuché en mi cabeza pero que nunca pude plasmar en una grabación”, escribió en el booklet del álbum.

Igor Prado
Otro atractivo de la presentación de Watsones la guitarra que seguramente utilizará: un modelo exclusivo diseñado para él por Dan Dunham, llamada Spaguetti Western, de la que sacará los solos más poderosos que pueda. Para lograrlo se apoyará en una sección rítmica magistral: el experimentado y versátil tecladista Patán Vidal, quien tocó con músicos tan diferentes como Willy Crook, Andrés Calamaro y Claudio Gabis; y dos representantes de la nueva sangre del blues local, que tocan con mucho talento y sentimiento: Pato Raffo (batería) y Mariano D’Andrea (bajo). A ellos se les sumará en algunos temas el guitarrista brasileño Igor Prado, alumno de la escuela de T– Bone Walker, Snooks Eaglin y Lonnie Jonson, y emblema de la guitarra blusera de su país.

Entrevista a Junior Watson publicada en Tiempo Argentino


JOE LOUIS WALKER - MARTES 27 DE NOVIEMBRE. Aquellos que no lo conocen podrán pensar que JLW es un guitarrista con mucho futuro: el sonido de su música está en constante movimiento y su aspecto es el de un hombre relativamente joven. Pero no, el 25 de diciembre cumplirá 63 años y ya tiene una extensa y exitosa carrera: grabó alrededor de 20 discos, entre álbumes de estudios y en vivo, y tocó con casi todos: desde John Lee Hooker y Johnny Winter hasta Kenny Neal y Jimmy Hendrix.

Walker nació en San Francisco pero no desarrolló un sonido basado en el West Coast, sino que supo incorporar a su música una amplia gama de estilos y géneros. Walker puede tocar blues de Chicago, del Delta del Mississippi, baladas góspel, codearse con el jazz, cantar soul o subir el volumen de su guitarra al máximo para rocanrolear sin prejuicios.

Entre las miles de anécdotas que lleva en su mochila de vida, está la que da cuenta que fue compañero de cuarto y amigo de Mike Bloomfield a fines de los 60 y que gracias a él conoció a Hendrix y a los Grateful Dead. Estudió Música y Literatura en la Universidad de San Francisco y durante varios años tocó con una banda que se llamaba The Spiritual Corinthians Gospel Quartet. En 1985, luego de su participación en el célebre New Orleans Jazz & Heritage Festival decidió volver a las fuentes, es decir, a tocar blues.

Al año siguiente firmó contrato con el sello Hightone/Shout! Records y editó su primer álbum: Cold is the night. Pero recién dos años después tuvo el reconocido merecimiento de la crítica con su segundo disco, The gift, y en 1989, cuando lanzó Blue soul, captó la atención de la poderosa industria discográfica. Así fue como llegó a firmar con el sello Verve, de Universal Music, con el que mantuvo una relación de cinco años. Desde entonces, su nombre es sinónimo de la Primera División del Blues. Este año editó Hellfire, un álbum en el que se aleja un poco del blues pero sin perder su esencia. Su debut porteño lo encontrará tocando algunos de los temas de ese trabajo, pero más que nada repasando su trayectoria de casi cuatro décadas.

Nasta Súper
JLW estará acompañado por Nasta Súper, una banda con vuelo propio y con amplia experiencia acompañando a artistas de primer nivel como Chris Cain, Duke Robillard y Slam Allen, integrada por Rafael Nasta, uno de los 100 mejores guitarristas de la Argentina según la Rolling Stone, Gabriel Cabiaglia (batería), Mauro Ceriello (bajo) y Walter Galeazzi (teclados).

jueves, 22 de noviembre de 2012

Hoodoo man blues

Una de las últimas apariciones públicas de Coco Robicheaux fue en un capítulo de la primera temporada de la serie Treme. Llevaba puesto un sombrero de piel de serpiente y una camisa a tono, y rasgaba las cuerdas de su guitarra acústica mientras cantaba su clásico Walking with the spirit en un estudio de radio frente al DJ Davis McAlary, el personaje que interpreta Steve Zahn. Esa escena, que dura apenas 56 segundos, se convirtió en una gema para los seguidores de este músico que, como pocos, representa la esencia del blues de Louisiana. Poco tiempo después, el 25 de noviembre del año pasado, Coco murió. Sufrió un paro cardíaco mientras estaba en el Apple Barrel bar, sobre la calle Frenchmen, en Nueva Orleans. Esa noche había ido a escuchar música, como lo hacía cada vez que no tenía que tocar. Fue llevado de urgencia al hospital de Tulane pero allí no pudieron salvarlo. El hombre que creó su propio estilo, el hoodoo man blues, tenía 64 años y murió en su ley.

Su verdadero nombre era Curtis John Arceneaux pero nadie, salvo la policía, lo recuerda así. Había nacido el 25 de octubre de 1947 en Ascension parish, una localidad pantanosa a mitad de camino entre Baton Rouge y Nueva Orleans, en el corazón del estado de Louisiana. Sin embargo, en algunas entrevistas contó que su nacimiento se produjo en el medio del desierto en California, mientras sus padres estaban de vacaciones. Su infancia y los primeros años de la adolescencia estarían marcados por las mudanzas: vivió mucho tiempo en una granja de González, en Florida, a pocos kilómetros de Mobile, Alabama. Allí estuvo al cuidado de su abuela, a la que consideraría su hechicera de la buena fortuna. Tiempo después volvió a Louisiana para estudiar en una escuela de Slidell.

Allí fue donde empezó a arrimarse a la música. Su primer instrumento fue el trombón y lo tocaba con ganas en los clubes nocturnos que mezclaban el blues con la psicodelia de la época. Por entonces zafó que lo mandaran a la guerra de Vietnam porque un médico del Ejército detectó que tenía problemas de corazón. Entonces, a fines de los 60, con cierto espíritu hippie, empezó a viajar por el país: se radicó un tiempo en Colorado y otro poco en California. En 1970, regresó al sur y se instaló en Nueva Orleans, donde formó su primera banda ya con la guitarra como instrumento principal. Pero algo insólito pasaría entonces: según la leyenda, la policía buscaba a un asesino que se llamaba igual que él, Curtis Arceneaux, y eso le provocó varios encontronazos con la ley que lo llevaron a vivir casi como un fugitivo. Pasó mucho tiempo girando por Mississippi, Texas y el sureste de los Estados Unidos. Su largo peregrinar terminó en 1990 cuando volvió a Nueva Orleans. En esos 20 años en la ruta grabó varios singles pero nunca un álbum entero, hasta que Mighty Sam McClain hizo una versión de su tema Crying inside que le abrieron las puertas para editar sus propios discos.

Un accidente automovilístico le produjo una grave herida en la columna que casi lo deja paralítico y sufrió por la falta de seguro médico. Eso lo marcó en muchos aspectos y lo llevó a luchar, desde la música, contra el sistema de salud de los Estados Unidos. Muchas de sus canciones, especialmente Louisiana medicine man, se centraron en esa problemática.

La música de Robicheaux se vio influenciada por el blues de Louisiana, la mística del voodoo, los íconos de los 60 –Jimi Hendrix y Janis Joplin- y especialmente la figura enorme de Dr. John, de quien se dice tomó su nombre artístico, que lo escuchó de la canción I walk on guilded splinters, editada en el álbum de The Gris Gris, de 1968.

En 1995, Coco Robicheaux grabó su primer disco para el sello Orleans. Spiritland es hoy un álbum de culto y contiene el clásico Walking with the spirit, un tema formidable con una letra profunda y una melodía adherente. Luego editó cinco discos más: Louisiana medicine man (1998); Hoodoo Party (2000); Yeah, u rite! (2005); Like I said, yeah, u rite! (2008); y Revelator (2010). Poco antes de morir grabó un LP más para un sello danés pero que es muy difícil de conseguir por estos pagos.

En abril de este año asistí al French Quarter Festival, un evento multitudinario y gratuito que se hace todos los años en Nueva Orleans, que tiene como protagonistas a músicos locales. Coco Robicheaux solía participar casi todos los años. A mí me tocó ver un homenaje encabezado por los músicos de su banda y la cantante Irene Sage más la presencia de Walter “Wolfman” Washinton. Fue un momento muy emotivo. A pocos metros mío estaba la madre de Coco, su esposa y otros familiares. Cuando desde el escenario empezaron a sonar los primeros acordes de Walking with the spirit todos a mi alrededor empezaron a llorar. El espíritu de Coco estaba presente.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Englishman in Mississippi

En el blues, como en otros pocos géneros musicales, se ha dado un fenómeno tan interesante. Muchos artistas, diferentes entre sí, han decidido sumar esfuerzos para grabar discos juntos o han aceptado la participación de alguna leyenda o joven promesa para revalorizar su música. Algunos tuvieron resultados formidables, otros apenas consiguieron discretos momentos y el resto expuso el fiasco de la confrontación de egos. Hay decenas de ejemplos de duetos, tríos y bandas ensambladas desde los años 50 hasta hoy. Pienso en John Hammond, Mike Bloomfield y Dr. John; en Muddy Waters, Bo Diddley y Howlin’ Wolf juntos o por separado, respaldados por bandas de jóvenes músicos ingleses de fines de los 60; en B.B. King y Eric Clapton paseando en un Cadillac; en Kenny Neal, Tab Benoit y Debbie Davis; en Dr. John y los Black Keys; en el súper Harpattack; o el power trío BBM, integrado por Gary Moore, Jack Bruce y Ginger Baker. Algunos de esos discos son muy buenos, otros no tanto. Pero más allá de los distintos resultados, las experiencias se siguen multiplicando. El lanzamiento más reciente en ese sentido es el de Candy store kid, que reúne a un excelente cantante y guitarrista inglés con la crema de la crema de la nueva sangre del blues del norte de Mississippi.

Aunque suene novedoso, el flamante álbum de Ian Siegal & The Mississippi Mudbloods no lo es tanto: es la continuación de The skinny, el disco que el británico de la voz aguardentosa grabó el año pasado junto a The Youngest Sons, que no es otra cosa que la misma banda pero con un nombre diferente. Encabezada por los hermanos Dickinson, Cody y Luther -integrantes de North Mississippi Allstars e hijos del legendario Jim Dickinson-, lograron fusionar el boogie efervescente de su tierra con la pasión y versatilidad que Siegal aportó desde el otro lado del océano. El resultado es un blues rockeado, con guitarras calientes y mucha energía, sobre composiciones propias, lo cual le da un valor agregado. Más allá de que la descripción no parezca muy original, lo que ellos han logrado con este segundo trabajo conjunto sí lo es.

Luther Dickinson, Alvin Hart, Cody Dickinson e Ian Siegal
Aquí se suman otros músicos reconocidos de la zona, todos herederos del sonido de Junior Kimbrough y R.L. Burnside. Se trata de Alvin “Youngblood” Hart, Lightinin’ Malcom y Garry Burnside. Todos se juntaron en los estudios Zebra de Cody Dickinson para unas sesiones que luego fueron procesadas por el ingeniero Kevin Houston bajo la estricta supervisión del productor Richard Pavitt.

El disco tiene momentos extraordinarios como el comienzo a capella de Earlie Grace Jnr., con el hombre rugiendo desde sus vísceras; o la guitarra con wah wah funky de Green power; o el slide vigoroso de Hard press, que es como si Duane Allman hiciera un punteo sobre un bit setentoso y paradójicamente actual. Pero para cuando uno llegue a esos temas ya estará completamente absorto en la música de Candy store kid. Porque ya desde la primera canción, el cover de Duke Bardwell, Bayou country, Siegal deja en claro que consiguió lo que buscaba: empaparse del sonido del norte de Mississippi, ese que está a mitad de camino entre el neón de Memphis y su historia de blues, soul y rock and roll, y el recuerdo crudo de los viejos bluesmen del Delta. Candy store kid es un disco orgánico y vital, de esos que pretenden darle nuevos aires al blues sin perder su esencia.

sábado, 17 de noviembre de 2012

El enólogo


Por Mariano Valdivieso

No era luz lo que iluminaba su fino rostro contra el vidrio. Era el reflejo de la noche, que tenue y difusa se perdía inevitable entre la madrugada del domingo y la mañana del lunes. Implacable, el reloj transitaba el camino del tiempo sin que nadie pudiera alcanzarlo. Tuvo frío pero no se agitó: sacó lentamente su mano del bolsillo de la campera y se subió aún más el cierre. Tuvo que estirar su cabeza para asegurarse de que estaba libre de movimiento. Después, una especie de dulce brisa agitó la soledad de la calle; hojas como delatoras se movieron al sentirla pasar. Huele a lluvia; la calle, y una nube profusamente rosa se iluminó al pasar. La calle olía a lluvia; y la noche, pensó, huele a sangre. Sin quererlo, sonrió. De repente, como si alguien hubiera accionado un botón equivocado, su mente se abrió. La represa de sus recuerdos ya no pudo contener el autismo de la memoria. Ahora ya no sólo sonreía, también lloraba y gemía, gritaba y susurraba, cantaba y enmudecía. Su primer pensamiento, lo paralizó.

“Cuando lo probé, sentí que el tiempo entraba en mi boca. Como cuando estás de vacaciones y te llevan a esos manantiales milenarios. Aunque que quieras evitarlo, al tomar esa agua prístina, el tiempo está en tu boca. No sé cómo, pero saboreas la edad de la tierra. Con esto me pasó igual. Eso al principio; claro, porque apenas decodificaste eso te sobreviene el sabor del merlot. Delicado y sutil, la cosa varía de lo dulce a lo especiado sin que uno se dé cuenta. Apenas tragas, no es fuerte; viste, es más como ese tipo de cinta que usan en los aeropuertos para llevar y traer las valijas: siempre iguales, siempre previsibles. Tomar semejante brebaje, y descubrir que está picado es como esperar la valija... sin éxito. No era éste el caso, afortunadamente. Y su redondez fue tan contundente que para intentar repasar el sabor la mejor opción sin dudas era tomar otro sorbo, en vez de quedarte con la estela gutural. Ese merlot tenía seis años, y uno entero se la pasó reposando en roble francés y americano recién estrenado. “De primer uso”, le dicen. Yo prefiero recién estrenado porque le da un toque... hollywoodense. Lo bebí todo, aquel vino, aunque siendo de Mendoza, no fue hasta tiempo después que entendí que era especialmente original del Valle de Uco, en Tunuyán. Una opción es guardarlo mucho tiempo. Pero si no pueden evitarlo, recomiendo fuertemente llevarlo a un decantador, dejarlo unos minutos ahí antes de intentar asesinarlo... Porque si hay algo que no muere son los vinos como éste”.

Otra brisa, ésta ciertamente más fuerte y ruidosa, lo despertó del flash. Su emoción había quedado demasiado expuesta, y por eso se mordió el labio inferior, a modo de reproche. Después tragó saliva. Tragó la espesa y dulce saliva, hasta que parpadeando habló: “Callejón del crimen, qué buen vino por Dios...” Cristian Caccamo caminó unos cuantos pasos hasta que el tenue y siempre difuso reflejo de la luna rápidamente dejó de verlo para nunca más aparecer.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Lanzamientos x 3

Gary Clark Jr. – Black and blu. El tan esperado primer LP de Gary Clark Jr. finalmente llegó. La expectativa era muy alta y el músico nacido en Texas, considerado por algunos como “el nuevo Hendrix” cumplió. Pero no mucho más. El EP de cuatro canciones que editó el año pasado fue arrollador, especialmente por los temas Bright lights y Things are changin’. Estos dos temas, así como When my train pulls in, están también en este disco. Y lo cierto es que no hay temas mejores que esos, tal vez a excepción de Next door neighbor blues, el único tema acústico en el Clark muestra su afición por el sonido del Delta. El resto de los temas tienen como base el rock roll furioso y distorsionado, algo de soul y R&B. Clark toca todos los instrumentos y se apoyó mucho en la producción de Mark Elizondo, quien también colabora en bajo, percusión y teclados. De los 13 temas, once fueron escritos por Clark. Uno, el que da nombre al álbum, utiliza unos samples y por eso el crédito es compartido con Gil Scott-Heron. El único cover, bah en realidad son dos temas en uno, es Third stone from the sun/If You love me like you say, mitad Jimi Hendrix y mitad Little Johnny Taylor más Albert Collins. Esperaba más blues en este disco y no lo encontré. Pero no hay que dramatizar, Clark apenas tiene 28 años y un enorme futuro por delante.

Black Country Communion – Afterglow. El tercer álbum de estudio de la súper banda que mixtura el rock más clásico de los dos lados del océano Atlántico sigue la línea de sus predecesores. Joe Bonamassa y el ex bajista de Deep Purple, Glenn Hughes, son el alma del grupo. Uno por el arrollador sonido de su guitarra y los punteos mortales que saca cada vez que encara un solo. Y el otro por el carisma y la voz curtida en más de cuatro décadas de rock and roll. Completan la formación el hijo de una leyenda, John Bonham, y el tecladista de Dream Theater, Derek Sherinian. Afterglow tiene algo a favor y algo en contra: si pensamos que ellos buscaban completar una trilogía, el disco encaja perfecto. Ahora, si creemos que buscaban sorprender con un álbum más innovador, este no es el caso. Afterglow tiene casi todo lo que tienen los dos anteriores, aunque le faltan hits fuertes como One last soul o Man in the middle y sorpresa. De todas maneras, con la poca épica que tiene el rock and roll actual, BCC no tiene porque retroceder… y rendirse jamás.

Beth Hart - Bang Bang Boom Boom. Beth Hart es una artista directa, apasionada y vital. Sus letras son profundas y por momentos descarnadas. Son algo que el inglés lo define muy bien con una sola palabra: bittersweet. Su estilo, influenciado principalmente por Janis Joplin, Etta James y Aretha Franklin, fue variando con el correr de los años, pero sin entrar en flagrantes contradicciones. El año pasado editó un disco junto a Joe Bonamassa en el que mostró una pizca de todo lo que puede llegar a dar cantando blues o soul. Pero en esencia ella es una cantante de rock. Este, su octavo álbum solista, la encuentra mucho más madura y confiada, combinando lo que aprendió en estos años. Los once temas fueron compuestos por ella y hablan de sus experiencias y de sus sentimientos. Así,  pasa de su Baddest blues, inspirado en Billie Holiday, a Thru the window of my mind, con destino inmediato de hit. Bang bang… suena bien, es un disco muy intenso para escuchar y es el mejor que hizo desde Leave the light on, de 2003, superando a My California, de 2010. Es una gran excusa para empezar a escuchar a una artista seductora, honesta y emocional.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Dave Specter en Notorius



Dave Specter es un guitarrista excepcional. Tiene una técnica exquisita y es el típico violero del que todos dicen “es muy fino”. Y eso es una gran verdad: esas tres palabras definen, casi sin discusión, la forma en que este músico nacido hace 49 años en Chicago siente y ejecuta el blues. Specter tiene una larga experiencia: grabó ocho discos para el sello Delmark, algunos junto a músicos como Jack McDuff, Lynwood Slim, Steve Freund, Tad Robinson y Barkin’ Bill Smith; aunque su último trabajo –Spectified, 2010- lo editó para el sello Fret12. Todo ese bagaje de experiencia lo desplegó anoche en el escenario de Notorius.

El show duró casi dos horas y Specter se plantó en el escenario, de cara a decenas de personas, con su Gibson Custom 1959 ES-175 y no se guardó nada. Interpretó clásicos de su ciudad, y cada vez que pudo pulverizó el aire con unos solos quirúrgicos, de esos que a uno le dan ganas de en otra vida ser guitarrista de blues. Specter mostró que viene de la mejor escuela, que aprendió escuchando y viendo a tipos como Magic Sam, Otis Rush, Pee Wee Crayton y Kenny Burrell. El comienzo del show fue instrumental y a todo shuffle, y recién antes de la tercera canción hizo la primera referencia a un par de sus mentores. Saludó al público con tres palabras en español y el resto en inglés para homenajear a Otis Rush y Earl Hooker con I wonder why.

Dave Specter y Darío Soto
Specter es un gran guitarrista pero no canta. Por eso para el cuarto tema invitó a escena a Darío Soto, un muy buen vocalista local que además pronuncia el inglés casi a la perfección. El primer tema que interpretó fue Five long years, el clásico de Eddie Boyd, en el que Specter recurrió al slide para darle más visceralidad y continuó con Little by little, de Junior Wells. Ahí sus solos se combinaron con el sonido de la armónica de Soto, mientras que el piano de Gustavo Doreste rellenaba los espacios con soltura y mucho swing. Soto se quedó sobre la tarima, mirando con admiración a Specter, para cantar What have I done wrong, de Magic Sam, otro emblema del West Side de Chicago.

La sección rítmica estuvo a cargo de Walter Loscocco en batería y Sebastián Martinotti en bajo, quienes en todo momento respondieron a los cambios que Specter fue proponiendo de manera espontánea. Hacia la mitad del show, Darío Soto dejó a Specter para que este interpretara otro instrumental: lanzó los primeros acordes de See See Rider, con esos riffs que patentó T-Bone Walker medio siglo atrás, y armó un slow blues poderoso y apasionante.

Gustavo Doreste y Dave Specter
Darío Soto volvió para el último tramo del show, que tuvo momentos más souleados con Sweet serenity y What love did to me, tema que Otis Redding cantaba como nadie. El cierre fue dedicado a dos grandes. Primero a Howlin’ Wolf, con una contundente versión de Smokestack lighting, en la que Specter mezcló en el medio del punteo, los acordes de Spoonful . Y después a Eddie Taylor con una aguerrida versión de Bad boy. El lugar tuvo el marco ideal para este tipo de show y Specter, pese a que es un hombre retraído, intentó una broma que pocos entendieron cuando hizo mención a que una noche antes había agotado todos los cd’s que trajó de Chicago para vender. Todo fue música, blues de bar, en el que el artista está cara a cara con el público y le da todo lo que tiene. Y eso fue más o menos lo que hizo Specter: tocar como si no fuera a hacerlo nunca más, aunque sabe que seguirá así todos los días, hasta el día que no pueda más.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Lanzamientos del sello Delmark

Quintus McCormick – Still called the blues. McCormick nació en Detroit en 1957. Siendo un adolescente empezó a escuchar rock and roll y eso fue lo que empezó a tocar cuando se dio cuenta que la música era su destino. A fines de los 70, con poco más de 20 años, se mudó a Chicago y allí fue donde el blues se cruzó en su camino. En su afán por buscar su propio estilo, se inclinó más por artistas como Albert King, Bobby Bland y Otis Clay, que no estaban tan relacionados musicalmente con la ciudad. Así fue incorporando el soul a su música. Mientras escuchaba con ganas a Sam Cooke y otros grandes cantantes, empezaron a surgirle trabajos con músicos que sí representaban el sonido de Chicago como James Cotton, Lefty Dizz y A.C. Reed. Todo eso se ve reflejado hoy en su música. McCormick acaba de lanzar su tercer disco para el sello Delmark, que no es otra cosa que una especie de repaso de su carrera. Una decena de temas propios interpretados de manera magistral y covers imperdibles de Bobby Rush (What's good for the goose), George Jackson (Still called the blues), Walk up this morning (B.B. King) Oh! Darling (The Beatles) y Bob Seger (Old time rock and roll). Y el álbum es eso que seguimos llamando blues.

Linsey Alexander – Been there donde that. La historia de Linsey Alexander resume la de muchísimos otros bluesmen. Nació en Mississippi, creció en Memphis y finalmente desembarcó en Chicago, lugar que eligió para vivir y para tocar sus blues. Hoy es uno de los músicos más aferrados a la tradición de la ciudad y se presenta en vivo todas las semanas, especialmente en el Kingston Mines. En todos estos años tocó junto a Buddy Guy, Little Milton, Magic Slim, Johnnie Taylor, Larry McCray, Bither Smith, John Primer y Eddie Clearwater, entre tantos otros, y grabó media docena de discos para sellos independientes. En su debut para el sello Delmark, cuenta con la colaboración de Billy Branch en armónica y los L.A. Horns. De los doce temas que tiene el álbum, once fueron compuestos por él, mientras que el restante es un cover del fallecido Willie Kent, Looks like rain. Además de exponer su talento a la hora de componer, aquí deja en claro que lleva el blues en la sangre y que no tiene reparos en ponerle una pizca de soul cuando así lo cree necesario. El solo de I had a dream es una síntesis del talento de este guitarrista formidable.

lunes, 5 de noviembre de 2012

La vieja fórmula de Neil Young

Neil Young mutó varias veces. En los más de 40 años que lleva en la escena musical tocó acústico o eléctrico; junto a Crosby, Stills y Nash, Buffalo Springfield, Pearl Jam o Daniel Lanois; no dejó de lado casi ningún ritmo y grabó más de 50 discos. Captó la atención de directores de cine como Jonathan Demme y Jim Jarmusch y viajó por todo el mundo. Pero más allá de todos esos cambios, de la dinámica impensada de su forma de ser, hubo una banda que lo acompañó siempre, con algunos impases en el tiempo, pero que en definitiva nunca lo abandonó. Esos son los Crazy Horse Poncho Sampedro, Ralph Molina y Billy Talbot.

El reencuentro de los viejos amigos se produjo a comienzos de este año para la grabación de Americana, un disco raro en el que la banda se enfocó en viejos clásicos folk que enseñaban en las escuelas cuando ellos eran niños. El resultado fue dispar y el álbum tuvo una discreta acogida por parte de los fanáticos. Y es probable que ellos hayan intuido que estaban para más. Casi en paralelo comenzaron a ensayar las canciones de un siguiente disco, que finalmente vio la luz mucho antes de lo que todos esperaban. Psychedelic pill es Neil Young y Crazy Horse en su máxima expresión. El álbum doble es el heredero de obras monumentales como Ragged glory y Rust never sleeps. Y en él se percibe que el pasado está tan vivo que hasta se puede saborearlo.

El flamante trabajo tiene ocho canciones, más una versión alternativa de Psychedelic pill. Tres de esos temas son muy extensos, al mejor estilo de la banda. Driftin’ back empieza con Neil Young en guitarra acústica cantando las primeras estrofas con espíritu folkie, pero un minuto después deriva en una extensa jam eléctrica de 27 minutos. Luego sigue el tema que da nombre al álbum que es exactamente eso psicodelia en estado puro, guitarras y micrófonos distorsionados y una búsqueda incansable de “buenos momentos”.

Ramada Inn, motel rutero por excelencia de los Estados Unidos, tiene más de 16 minutos en los que los solos de Young y la melodía hacen pensar que el canadiense tenía guardada esta canción desde la época de Everybody knows this is nowhere. Born in Ontario es un tema biográfico de apenas tres minutos y pico en el que cuenta de alguna manera cómo se sienta a escribir una canción: “I still like to sing a happy song / Once in a while and things go wrong / I pick up a pen, scribble on a page / Try to make sense of my inner rage”.

Sigue con Twisted road, en el que recuerda a sus compañeros de ruta: The Band, Grateful Dead y Bob Dylan: “First time I heard Like a rolling stone / I felt that magic and took it home”. She’s always dancing tiene poco más de ocho minutos y rememora por momentos a Like a hurricane. For the love of a man parece como si los Crazy Horse se tomaran un respiro para dejar a Young cantar la balada que soñaba reescribir desde la época de Heart of gold. Walk like a giant es otra gran zapada de 16 minutos con el sello clásico de la banda que redondea un disco formidable, un viaje en el tiempo, hacia ese lugar que mejor conoce y anhela, y cuya vigencia es palpable e indiscutible.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Robert Plant en el Luna Park

Fotos Ramiro Colombatti
Impresionante es poco. Voy al diccionario a buscar algún adjetivo más fuerte para describir lo que fue el show de anoche de Robert Plant en el Luna Park. Alucinante, imponente, extraordinario. Igual creo que me quedo corto. El legendario cantante de Led Zeppelin reescribió su pasado sobre el escenario: nuevas versiones de viejos temas, acompañado por una banda monumental. Fue una combinación exquisita de roots music, sonidos africanos, blues, psicodelia y, por supuesto, rock and roll.

El show comenzó algunos minutos antes de las 21. El estadio estaba repleto y en cuanto se apagaron las luces se produjo una ovación como pocas veces ví. Robert Plant, remera negra y jean, entró desplegando su melena rubia. La banda, The Sensational Space Shifters, emprendió los primeros acordes de Tin Pan Alley, un tema místico y lisérgico con arrebatos de hard rock que editó en su disco Mighty Rearranger, de 2005. Luego, los guitarristas Justin Adams y Liam Tyson cambiaron las eléctricas por las acústicas para interpretar Another tribe, una balada de tintes sociopolíticos que Plant compuso para ese mismo álbum.

"¡Hola, qué tal!", fueron las primeras y pocas palabras que intentó en español y enseguida lanzó el primer tema de Led Zeppelin, Friends, que tuvo el acompañamiento del público con el clásico "Ohhhh, ohhhh". Luego hizo una versión muy personal y diferente de Spoonful, de Howlin' Wolf. Sobre la mitad del tema, subió al escenario Juldeh Camara, un músico de Gambia, que volcó el sonido del África profunda con su ritti, similar a un violín pero con una sola cuerda. Camara se quedó en el escenario y comenzó a vocalizar un canto de su tierra, que derivó en Somebody knocking, también de Mighty Rearranger.

Camara después tomó un kologo, similar al banjo, y la banda lo empezó a seguir. Recién cuando Plant aulló "Hey, hey mama said the way you move..." todos caímos en la cuenta de que estábamos frente a Black dog, uno de los temas del magistral Led Zeppelin IV. Antes de zambullirse con la hermosa balada All the King's horses, presentó a la banda que, además de los ya mencionados, está conformada por John Baggott (teclados), Billy Fuller (bajo) y Dave Smith (batería). Acto seguido, para contentar a los acérrimos fans de Zeppelin, les dio algo más: Bron-Y-Aur stomp, de 1970. Un alarido fulminante, característico de su enorme -e intacto- registro vocal dio inicio a The enchanter, otro de los elegidos de Mighty Rearranger. Casi sin respiro volvió a Led Zeppelin IV entonando la letra de Four sticks.

"¿Hoy es jueves, verdad? Todas las noches son diferentes", dijo mezclando el inglés con el español para hacer explotar al público con Ramble on. El final ya estaba cerca y todos pensaron que ahora vendría una seguidilla de temas zeppelinescos. Casi, casi... antes hizo un viejo blues de Bukka White, Fixin' to die, pero en versión rockabilly. Entonces sí: una diferente Whole lotta love cerró el set con todo el mundo extasiado y de pie. Plant saludó y dejó el escenario. Tardó tres o cuatro minutos en volver, apenas con sus dos guitarristas en modo acústico y uno de ellos tocando la mandolina, para cantar Going to California, la interpretación más fiel a la original de toda la noche. El cierre fue a todo rock and roll con el tema homónimo.

Cuando se estaba despidiendo, un estúpido, de esos que nunca faltan, se subió al escenario y corrió a abrazarlo. Aunque más que darle un abrazo le hizo un tacle y lo tiró al piso. En una fracción de segundo uno de los empleados de seguridad agarró del pelo al intruso y se lo llevó. Plant se paró y se apiadó del imbécil y le dijo al custodio que lo arrastraba lejos de la tarima "Easy, easy" . Más allá de ese pequeño incidente, fue un show superlativo que será imposible olvidar.