sábado, 31 de marzo de 2012

Blues & Funky


Cuando la mayoría de los músicos de Chicago se inclinan por tener a la guitarra como estandarte o, en su defecto a la armónica, Big James & The Chicago Playboys ofrecen un combo muy diferente, que de a poco se va ganando su merecido espacio. La banda despliega una combinación de funky y west side blues muy efervescente, y su nuevo álbum en vivo, The Big Payback, es el certificado de que están haciendo lo correcto. El sello Blind Pig puso el ojo en esta banda hace cuatro años y editó Right here right now. El disco tuvo una discreta venta y la compañía tampoco hizo mucho despliegue para promocionarlo. De todas maneras, ayudó a que la banda se hiciera más conocida y ahora, cuatro años después, da pie a su secuela.

En The Big Payback, Big James Montgomery y sus muchachos descargan toneladas de energía en temas de Magic Sam, James Brown, George Clinton y algunas composiciones propias. Ya que mencioné a Magic Sam, hay que destacar la versiones de All your love y That’s what I’m crying, en las que a la voz de Montgomery se suman los solos penetrantes del guitarrista Mike Wheeler. El disco comienza con una funky ardiente, con los caños sonando como una fanfarria energizada con Red Bull y el teclado haciendo olas de sonido. The Blues will never die es un tema potente y movido. Luego sigue con The Payback, aquí llamada Big Payback, el clásico de James Brown, que Montgomery entona con una destreza asombrosa y la banda interpreta con mucho groove. Sigue con un shuffle, Coldest man I ever new, y después de All your love vuelve al funky, con Jody's got your girl and gone y un guiño irónico a Mustang Sally.

Trying to live my life without you tiene una melodía animada y un estribillo imposible de no tararear. I’ll stay es un funky setentoso con una guitarra profunda, al mejor estilo de su creador, George Clinton. El disco acaricia el final con un “Chicago blues”, como presenta Big James al tema Low down dirty blues. El final es sorpresivo: una versión exprés de dos minutos de Smoke in the water, de Deep Purple, donde el Wheeler demuestra que también puede tocar rock and roll, mientras que la banda trata de que ese rock no endurezca su sonido funky.

Montgomery, un verdadero maestro del trombón, y sus Chicago Playboys han recorrido un largo camino: fueron la banda detrás de Johnny Christian y tocaron para Little Milton, Albert King, Buddy Guy, Otis Rush y hasta Eric Clapton. Pero con el tiempo moldearon su perfil y ahora están imponiendo nuevos aires a la Ciudad del Viento. Bienvenidos al funky demoledor de Big James, creo que les volar la cabeza.

jueves, 29 de marzo de 2012

Lanzamientos de blues

Bob Margolin with Mike Sponza Band - Blues around the world. Bob Margolin se lanzó en una nueva aventura discográfica, esta vez acompañado por el bluesman italiano Mike Sponza y su banda. La idea surgió hace un año, luego de la gira que ambos músicos hicieron por varios países de Europa. El guitarrista nacido en Boston explicó que los shows fueron tan buenos que la gente les empezó a pedir que hicieran un disco. Así empezaron las tratativas y tres meses después entraron a un estudio de grabación en la ciudad eslovena de Koper. El resultado es un álbum contundente, sentimiento en estado puro que mezcla la experiencia y pasión de una figura del blues y con una cara nueva, al menos para el público de este lado del planeta. Y también es un alegato a la universalidad del blues, de ahí su nombre. El disco tiene once canciones: siete fueron escritas por el ex miembro de la banda de Muddy Waters, dos por Sponza y las restantes son covers de Nappy Brown (Down in the alley) y Muddy Waters (Rollin’ and tumblin’). También hay un bonus track: Margolin con su guitarra acústica, acompañado por su amigo Richard Rosenblatt en armónica, ya en su casa de Carolina del Norte, haciendo Love in vain de Robert Johnson, dedicada a su perra Chloe que se perdió en el bosque y nunca más la volvió a ver.

Chuck Leavell - Back to the woods/A tribute to the pioneers of blues piano. El currículum de Chuck Leavell es fabuloso. En 1973, los Allman Brothers lo convocaron para grabar Brothers and sisters y dos años después participó de las sesiones de Win, lose or draw. Luego formó su propia banda, Sea Level, que duró cinco años. A comienzos de los 80 fue llamado por los Rolling Stones para salir de gira y desde entonces toca con ellos. Además, grabó con Eric Clapton, en el mítico Unplugged, y los Black Crowes, en Shake your moneymaker; y tocó con a George Harrison, los Blues Traveler y Gov't Mule. Además, como si fuera poco, también hizo un esfuerzo por mantener una carrera con nombre propio. Back to the woods… es su quinto álbum solista. El nombre es elocuente. Aquí, Leavell da rienda suelta a todas sus influencias, la música que lo cautivó de joven, con interpretaciones de grandes pianistas como Leroy Carr, Little Brother Montgomery, Otis Spann y Ray Charles. Y además cuenta con invitados de lujo como Keith Richards y John Mayer. Un álbum de puro blues para conocer mejor al hombre que siempre estuvo detrás de las grandes figuras.

Little Freddie King – Chasing the blues. Fred Eugene Martin adoptó su nombre artístico inspirado en su ídolo, Freddie King. Si bien en algún momento de su vida su sonido se pareció demasiado al del “gran” Freddie, el “pequeño” logró diferenciarse y desarrollar un estilo propio, en el que se mezcla la influencia de su primo Lightinin’ Hopkins, sus raíces en el sur profundo del Mississippi (nació en McComb hace 71 años) y sus cinco décadas viviendo en Nueva Orleans. King no tiene muchos discos. Grabó uno en 1969 y tuvo que esperar 27 años para volver a un estudio. Desde entonces, hasta 2010, grabó cuatro más. Asi que Chasing the blues es el séptimo disco oficial y es una nueva gran oportunidad para descubrir a un bluesman que es más un referente de bares que de discografías. Aquí, Little Freddie King desnuda sus blues. Crudos, viscerales y mohosos, como las orillas del río que ha recorrido mil veces. Escribe sus propias canciones y, si bien no es un virtuoso, es un tipo que compensa con espíritu verdadero.

lunes, 26 de marzo de 2012

Blues a ciegas

La primera referencia histórica de un músico ciego es del siglo VI antes de Cristo en China. Desde entonces hay cientos de ejemplos para mencionar: los biwa hoshi japoneses del siglo XII; los kobzars ucranianos de principios del 1800; Turlough O'Carolan, referente de la música irlandesa que murió en 1738; o hasta los más recientes Stevie Wonder, Clarence Carter, los Blind Boys of Alabama, Andrea Bocelli, José Feliciano, Diane Schuur y Roland Kirk. Todos ellos desarrollaron un sentido absoluto y notable por la música. Pero este fenómeno se dio de una manera contundente en el mundo del blues. Esta es la lista de los diez músicos ciegos más influyentes del género.

Blind Lemon Jefferson (1893-1929). Son varios los pergaminos que tiene este músico nacido en el poblado texano de Couchman. Para empezar, fue uno de los guitarristas más influyentes del blues rural y hoy está considerado como el padre del blues de Texas. Durante la década del 20 fue uno de los músicos más populares y exitosos. En apenas tres años grabó unas cien canciones, algunas verdaderos clásicos del género como Matchbox blues y Black snake moan. Jefferson nació ciego y empezó a tocar la guitarra a los siete años. Su estilo es algo diferente al de los bluesmen del Mississippi, ya que estaba en parte influenciado por la música de los trabajadores mexicanos. Cuando tenía veintitantos se mudó a Dallas y allí conoció a Leadbelly con quien tocó durante un tiempo. Al día de hoy, su muerte sigue siendo un misterio: no hay certificado de defunción y las versiones de cómo murió son muchas, pero por suerte su legado atravesó el tiempo y eso lo hace inmortal.

Blind Blake (¿1890/97?-¿1933/37?). Está considerado el creador del Piedmont blues, estilo que se nutre del fingerpicking, la forma de tocar la guitarra sin púa y marcando el bajo con el pulgar, que se asemeja al sonido del piano ragtime. Pero poco se sabe de su vida. Arthur Blake (algunas fuentes señalan que se llamaba Arthur Phelps) nació en Jacksonville, Florida. Hay datos que indican que fue alrededor de 1890, según consta en los archivos de la discográfica Paramount, pero otras versiones señalan que fue en 1897. Nadie puede precisar de qué manera perdió la vista. Se dice que estuvo un tiempo en Chicago, durante la década del 20, y que su otra especialidad, además de la música eran las peleas. Dueño de una técnica fluida, precisa y melódica, y una asombrosa voz de barítono, Blake grabó 79 canciones durante la época de la Depresión, entre las que se cuentan su clásicos Diddy wa diddy y Georgia blues. Sobre su muerte también hay pocas certezas. Algunos aseguran que fue asesinado en Chicago en 1933 y otros que volvió a Jacksonville donde murió en 1937. Su vida es una gran incógnita, pero su música ha sido fuente de inspiración para miles de músicos durante más de 80 años.

Blind Willie Johnson (1902-1947). Pasó a la historia como un símbolo del blues y del góspel de comienzos de siglo XX. Willie Johnson fue un gran guitarrista, aunque será recordado siempre por su voz aguardentosa y salvaje. Al igual que Jefferson, nació una granja de Texas, pero perdió la vista cuando tenía siete años durante una pelea entre su padre y su madrastra. Ellos estaban discutiendo cuando la mujer le arrojó agua de lejía al hombre, que accidentalmente quemó los ojos del pequeño Willie. Con el tiempo empezó a tocar la guitarra. Para el slide no utilizaba un cuello de botella como muchos de sus contemporáneos, sino que deslizaba sobre las cuerdas una navaja de bolsillo. Así empezó a tocar en las esquinas, donde desarrolló una excelente técnica para tocar blues. Pero él no quería tocar la “música del Diablo” ya que era un muy creyente y por eso empezó a cantar góspel y spirituals, y se volvió pastor evangélico. En 1927 grabó seis canciones para el sello Columbia y en los siguientes dos años grabaría 24 temas más. Durante la década del 40 siguió tocando hasta que una neumonía acabo con su vida.

Blind Boy Fuller (1907-1941). Como la mayoría de sus contemporáneos fue un autodidacta. Pero él no nació en una granja texana, a orillas de Mississippi o en los pantanos de Louisiana. Su tierra natal fue Carolina del Norte, en la Costa Este de los Estados Unidos. Su verdadero nombre era Fulton Allen y, según la leyenda, quedó ciego luego de que su madrastra le quemara la cara con ácido cuando era niño. A mediados de la década del 30 tocaba en las calles de Durham cuando lo descubrió el caza talentos James Long y lo llevó a grabar a Nueva York. Así comenzó su época más fructífera: en los siguientes cinco años compuso el grueso de su material, entre los que se destaca el clásico Rag, mama ,rag. Fuller es uno de los músicos más reconocidos del Piedmont blues. Un disco fabuloso para conocer su música es el East Coast Piedmont style editado por el sello Columbia en 1991.

Blind Willie McTell (1901-1952). “Nadie puede cantar blues como Blind Willie McTell”, dice el estribillo de la canción que Bob Dylan le dedicó al guitarrista nacido en Thomson, Georgia. A diferencia de los músicos mencionados antes, McTell registró un período activo luego de la segunda guerra mundial. Es muy probable que por eso tenga una discografía más extensa que los demás. Si bien no está claro el motivo, McTell nació casi ciego y perdió la vista por completo siendo un niño. Hijo de padres músicos y con un parentesco con Tom Dorsey, McTell fue dueño un estilo sublime. Cuando tenía unos 25 años empezó a tocar la guitarra de doce cuerdas y fue entonces cuando desarrolló la técnica que lo haría famoso: combinó el finger-picking con el slide y así logró un sonido que parecía constituido por dos guitarras. A eso le sumó una forma exquisita de cantar, un tanto nasal y con algunos elementos de los cantantes hillbillys, de los Apalaches. A diferencia de muchos otros músicos de la época, McTell fue a escuelas para ciegos e integró las giras de distintos carnavales y shows medicinales, algo muy típico en los Estados Unidos de comienzos del siglo XX. Entró por primera vez a un estudio en 1927 y editó para el sello Victor una de sus canciones más memorables, Statestboro blues. En 1940, gracias a Alan Lomax, grabó para la Librería del Congreso y nueve años después dejó un nuevo testimonio musical para el sello Atlantic. En 1956 fue redescubierto y una vez más volvió a los estudios de grabación. Tres años más tarde murió como consecuencia de un derrame cerebral.

Rev. Gary Davis (1896-1972). Nació parcialmente ciego y con el tiempo perdió por completo la visión. Por ese motivo desarrolló un sentido agudo para la música. Aprendió a tocar la guitarra cuando tenía seis años y desde entonces no hizo otra cosa que mejorar y pulir su estilo. Fue un maestro del ragtime y fue un nexo entre la música de Blind Blake y Blind Boy Fuller. Si bien nació en Carolina del Sur, anduvo por todos lados. Durante la década del 30 grabó su costado más blusero, hasta que en 1937 se ordenó como ministro y empezó a tocar más que nada spirituals. En los 40 se mudó a Nueva York y se afianzó como músico en las esquinas de Harlem. En las dos décadas siguientes grabaría el grueso de su discografía para los sellos Stinson, Folkways, and Riverside. En la década del 60 fue redescubierto por el movimiento folk y cautivó a los jóvenes de esa generación con su solvencia para tocar la guitarra. Por aquellos años se dedicó a la enseñanza: entre sus alumnos más notables figuran Ry Cooder, David Bromberg y Jorma Kaukonen (ex Jefferson Airplane).

Ray Charles (1930-2004). Qué más se puede decir de Ray Charles a esta altura. Muy poco. Se sabe que su nombre se asocia tanto al blues como a muchos otros géneros. Ray Charles podría ser considerado como un cantante soul, un artista de R&B o un músico de jazz, que también se codeó con la música country y el pop. Lo cierto es que fue un personaje extraordinario que supo vivir de la música y que creo canciones - Crying time, Here we go again, I got a woman, What'd I say- que hoy son emblemas de la música popular estadounidense. Nació en una zona humilde de Albany, Georgia , y quedó ciego a los seis años por glaucoma. Así como Blind Willie McTell, fue a la escuela para ciegos, donde aprendió a leer, escribir y tocar varios instrumentos, aunque luego el piano sería su debilidad. Primero empezó imitando a Nat “King” Cole, pero con el tiempo alcanzó un estilo propio. En su carrera grabó decenas de discos y dio miles de shows alrededor del mundo. Murió como consecuencia de un cáncer de hígado. La película Ray, protagonizada por Jaime Foxx, es un buen retrato de su vida.

Sonny Terry (1911-1986). También surgido del riñón de Georgia, Sonny Terry se convirtió en uno de los armonicistas más importantes de la historia del blues. Lo que alcanzó con ese pequeño instrumento fue revolucionario. Influenciado por el sonido hillbilly creó un estilo personal y muy difícil de imitar llamado whoppin’, que consiste en entremezclar chillidos con el soplido de la armónica. Terry quedó ciego por un accidente cuando tenía 16 años y eso fue decisivo para que se dedicara a la música. Primero se mudó a Durham, NC, donde conoció a Blind Boy Fuller y empezó a tocar con él. A fines de la década del 30, viajó a Nueva York para grabar para el sello Vocalion y dos años más tarde volvió a la Gran Manzana para participar del legendario Spirituals to Swing Concert organizado por John Hammond. Cuando Fuller murió en 1941, Terry empezó a tocar con el guitarrista Brownie McGhee. Esa sociedad sería histórica. Juntos grabaron gran cantidad de álbumes para sellos tan prestigiosos como Folkways, Savoy y Fantasy. Y en los 60 se convirtieron en referentes ineludibles del movimiento folk. En los 70 tuvieron diferencias que los llevaron por caminos distintos. Poco después, Terry grabaría un disco memorable junto a Johnny Winter y Willie Dixon, para el sello Alligator. Murió por causas naturales a los 75 años.

Snooks Eaglin (1936-2008). Vivió y murió en Nueva Orleans, donde logró una gran reputación. Se destacó por su estilo particular para cantar, similar al de Ray Charles, y por su forma punzante y, en cierta medida, poco convencional para tocar la guitarra. Pero principalmente por el amplio repertorio que llevaba a cuestas con el que siempre sorprendía a sus audiencias. Eaglin, que perdió la vista afectado por el glaucoma, tuvo una primero etapa acústica y durante una época cargó con el apodo de “Little Ray Charles”. A fines de los 50 y comienzos de los 60 participó de sesiones acompañado solamente por sus guitarras de seis y doce cuerdas. That’s all right, de 1961, es un buen testimonio de su costado unplugged. Casi en paralelo, empezó a tocar con una banda y grabó para el sello Imperial. Eaglin no tuvo exposición a nivel nacional hasta mediados de los 80 cuando editó una serie de muy buenos discos para el sello Black Top. Pero su vida siempre siguió ligada a los bares de Nueva Orleans. Allí desplegó todo su talento hasta que tuvo que ser internado afectado por un cáncer de próstata.

Jeff Healey (1966-2008). El nombre de Healey se hizo conocido de forma masiva luego de la película El duro, de 1988, protagonizada por Patrick Swayze. Allí, Healey se interpretaba a sí mismo: un músico ciego que arriba del escenario le sacaba chispas a su guitarra, la cual apoyaba sobre sus muslos, y encendía a un público ávido de peleas. Pero más allá de esa aparición en la gran pantalla, Healey ya había juntado bastante experiencia en bares y festivales tocando ante audiencias exigentes. En el mundillo del blues ya era muy reconocido, especialmente por Stevie Ray Vaughan, con quien mantenía una relación de afecto y respeto profesional. Pero a partir de la película, el músico canadiense se hizo famoso en los EE.UU. y eso le permitió editar su disco See the Light, cargado de shuffle, wah wah, baladas y blues. El álbum tuvo una muy buena acogida, pero la consagración le llegó dos años después con Hell to play, con invitados de lujo como George Harrison, Jeff Lynne y Mark Knopfler. Healey, que había perdido la vista cuando tenía un año por un cáncer de retina, vivió siempre limitado por graves problemas de salud. En 2008, justo cuando su disco Mess of blues irrumpía en el mercado, murió por lo misma enfermedad que lo aquejó durante toda su vida.

BONUS TRACK:

Bryan Lee (1945). Pese a que nació en Two Rivers, Wisconsin, el “Braille Blues Daddy” es uno de los músicos más reconocidos de Nueva Orleans y es el único de esta lista que sigue vivo. Dueño de un sonido muy característico, Lee es uno de esos guitarristas que moldeó su estilo escuchando por radio a Muddy Waters, Elmore James y B.B. King, A los ocho años se quedó ciego y a los 15 empezó a tocar la guitarra con ganas. De a poco, se fue haciendo un lugar en las bandas de su región y durante los 70 mantuvo una amistad con Luther Allison. En 1981, Muddy Waters lo escuchó tocar durante un concierto en Milwaukee y quedó muy impresionado con él. “Bryan no dejes de hacer lo que haces, porque dentro de un tiempo serás una leyenda viva”, le dijo. Eso fue inspirador para él, pero no se fue a vivir a Chicago, sino que lo hizo mucho más al sur. Se radicó en Nueva Orleans en 1982 y con el tiempo se fue ganando un lugar de privilegio en la noche del French Quarter, especialmente en el Old Absinthe House Bar. En total grabó ocho discos de estudio, tres en vivo y tiene su Greatest Hits, todos para el sello Justin Time. Entre sus pergaminos también está ser el mentor de Kenny Wayne Shepherd. Pese a los avatares de la vida, la ceguera, delicados problemas de salud y el huracán Katrina, Lee no deja de hacer lo que más la gusta.

viernes, 23 de marzo de 2012

Entre amigos

B.B. King tiene una larga lista de discos en vivo y algunos están entre los mejores de la historia del blues. Ahora acaba de salir Live at Royal Albert Hall 2011, su nuevo álbum, que si bien no tiene la majestuosidad de Live in Cook County Jail o Live at The Regal, es el trabajo de un hombre de 85 años que sigue haciendo lo que le gusta: tocar blues. El disco tiene algunas de esas cosas que vimos los porteños durante los shows que dio en el Luna Park, justo hace dos años. Un B.B. King más tranquilo, tocando lo justo y dialogando mucho con el público. Pero ese poco que toca es tan notable como siempre, tan único, que atravesó décadas e influyó a miles de músicos, no sólo de blues sino también de otros estilos. A B.B. King lo veneran todos.

La primera parte empieza con un B.B. muy distendido, contando alguna breve anécdota al público al comienzo de cada canción y anticipando que habrá invitados de lujo. El set empieza con I need you so, un tema de Ivory Joe Hunter, que King viene tocando en vivo desde hace varios años. Luego sigue con el clásico Key to the highway, donde sus dedos se deslizan por las cuerdas de Lucille como las manos de un hombre apasionado sobre el fino contorno de la silueta de su amante. See that my grave is kept clean, inspirada en un tema de Blind Lemon Jefferson, que B.B. grabó en su último disco de estudio, One kind favor, comienza con él recordando cómo se molestó cuando el productor T-Bone Burnett le sugirió que la incluyera en el álbum. “¿Por qué le ofreces a un hombre de 84 años un tema que se llama así?”. Esa primera parte cierra con una suave y emotiva versión de All over again.

El segundo tramo del disco trae a los invitados a escena y el resto del show se convierte en una zapada entre amigos. Luego de un comienzo en falso de Rock me baby, en el que B.B. le pide a la banda que se detenga y empiece de nuevo, presenta a Susan Tedeschi y a su marido, Derek Trucks. La canción despega con su típica cadencia, pero con el agregado del fabuloso slide del guitarrista de los Allman Brothers y la dulce entonación de Tedeschi. Casi sin darnos cuenta, Rock me baby muta a You are my sunshine. Después suben al escenario Ronnie Wood, Slash y el cantante de Simple Red, Mick Hucknall, para tocar Sweet sixsteen, que rápidamente deriva en una zapada de más de 15 minutos y que en los créditos del disco figura como B.B. jams with friends. Todos juntos siguen con The thrill is gone, con una potente sección de vientos rellenando los espacios entre los cruces de las guitarras del Rey del blues y sus amigos. El cierre del álbum es con Guess who y el himno góspel por excelencia, When the saints go marching in.

Live at Royal Albert Hall 2011 es un álbum relajado, en el que el Rey del blues se siente a gusto con su público y sus invitados. Es un disco que engrosa su extensísimo catálogo y que, en definitiva, es una nueva pieza del legado musical de uno de los intérpretes más trascendentes de la historia contemporánea.

lunes, 19 de marzo de 2012

Monumental

La mejor obra conceptual de la historia del rock superó el paso del tiempo. The Wall tiene tres etapas muy marcadas: su exitoso lanzamiento como disco doble y película, en 1979; el histórico concierto de 1990 en Berlín, con músicos de fuste como Van Morrison, Eric Clapton, Joni Mitchell y The Band; y esta gira mundial imponente que combina todo el talento de Roger Waters con un montaje excepcional. No hay en el mundo otro concierto como este, en el que lo visual juega un papel fundamental como cada una de las canciones que relatan la historia de una estrella de rock mutilada emocionalmente.

Ya se habló mucho por estos días de la puesta en escena y el rol clave de la tecnología. Pero una cosa es leer sobre eso y la otra es verla. Con cada tema estalla un juego de efectos diferente: imágenes que se superponen sobre el muro o la pantalla circular; el muro que se va armando ladrillo a ladrillo; muñecos gigantes que se descuelgan de la parte superior del escenario; un pequeño avión que atraviesa el estadio de punta a punta y derriba parte del muro; el cerdo gigante que sobrevuela a la gente con leyendas que cuestionan al capitalismo y a los gobiernos; fuegos artificiales que explotan en el inicio; y el sonido surround que es sencillamente formidable.

La lista de canciones no presenta sorpresas. Se trata de una obra en el que el orden tiene un sentido claro, de relato. En muchos de los temas casi no hay variaciones, aunque Waters se permite algunos cambios. El más significativo es el final de Another brick in the wall part II: cuando los chicos abandonan el escenario, la canción termina relajada y más melódica, con Waters tocando la guitarra acústica. Pero no me quiero olvidar del soberbio saxo del comienzo, describiendo círculos sonoros en el aire, antes de que empiece la descarga feroz de In the flesh. Entonces, unos cuantos fuegos de artificio iluminan en el escenario y decretan que el show ha comenzado.

Roger Waters dedica el concierto a las Madres de Plaza de Mayo y a Ernesto Sábato. “Nunca más víctimas del terrorismo de Estado”, dice en un español forzado. Esas palabras las pronuncia en el mismo estadio en el que hace 34 años el genocida Jorge Rafael Videla gritaba los goles del “Matador” Kempes. Curioso: cuando eso pasaba Pink Floyd escribía The Wall. La política se cuela a cada momento, está inmiscuida en la historia. En Mother, Roger Waters pregunta “¿Debería confiar en el gobierno?”, algunos pocos silbidos se escuchan en la inmensidad del estadio. No es como dijo Clarín que se generaba una silbatina generalizada. Ya se sabe: Clarín miente.

También en Mother, se produce un puente atemporal, en el que Waters canta a dúo con él mismo allá lejos en el tiempo. Sobre la pantalla aparece un “fucked up Roger”, como él dice, en un video que fue grabado en 1978 en el barrio londinense de Earl’s Court. Al Roger de antes se lo ve drogado y más glam.

Este es el octavo de los nueve shows porteños. El estadio está repleto y el público recién se pone de pie con el comienzo de Comfortably numb y, sobre el final, con Run like Hell. Otro momento fabuloso es el video de The Trial, que combina parte de la animación original de la película con nuevos agregados, que se proyectan en el muro y dejan con la boca abierta a más de uno.

Creo que la única imperfección del show es la falta de David Gilmour. Imagínense que para reemplazarlo Waters tuvo que reclutar a dos excelentes guitarristas de blues –Snowy White y G.E. Smith-, otro violero con un sonido más potente -Dave Kilminster- y un cantante -Robbie Wyckoff-. A ellos se suman la sobria y obediente base rítmica, dos tecladistas –uno de ellos es su hijo Harry- y un grupo coral, que se destaca cuando entonan, casi como una plegaria góspel, The show must go on.

En el estadio Antonio Vespucio Liberti de Núñez hubo grandes gestas deportivas y conciertos de rock memorables. Pero que me perdonen los hinchas de River y los fanáticos de los Stones, U2, AC/DC y Paul McCartney, creo que recién ayer, finalmente, un show justificó el nombre con el que todos lo conocen: Monumental.

sábado, 17 de marzo de 2012

En la senda correcta

La historia de Janiva Magness podría ser una novela de Paul Auster. Nació en Detroit, Michigan, el último día de la década del sesenta. Tuvo una infancia traumática: su madre se suicidó cuando ella tenía 13 y su padre, un oficial de policía, se mató tres años más tarde. De su papá heredó una colección de discos de country blues que empezaron a moldear su perfil musical, que se potenció por los sonidos de su ciudad y el efecto Motown. Al poco tiempo de la muerte de su padre, empezó a escaparse de la casa de sus abuelos, que quedaron a cargo de ella, para ir a escuchar blues a los bares, donde no tenía más remedio que colarse o presentar identificaciones falsas. Sus escapadas se hicieron cada vez más frecuentes y terminó literalmente viviendo en la calle. Por esa época quedó embarazada y tuvo que dar a su bebé en adopción. Un show de Otis Rush cambió su vida y entonces se enfocó por completo en la música, pese a que durante un tiempo tuvo que realizar otros trabajos para sobrevivir.

Esta introducción biográfica sirve para ilustrar un poco a esta cantante extraordinaria que acaba de lanzar su noveno disco, el tercero para el sello Alligator. Luego de tantos avatares, Magness logró posicionar su carrera y hoy integra el podio de las mejores cantantes de blues del momento. Stronger for it comienza con dos temas compuestos por ella junto al productor y guitarrista David Darling: There is it es un blues potente, con arreglos al mejor estilo Stax y I won’t cry, con una melodía más apacible, es el relato de un corazón roto que exclama que “me lastimaron, puedo sangrar pero no voy a llorar”. El tercer tema, Make it rain, fue compuesto por la dupla que forman Tom Waits y su esposa, Kathleen Brennan. Es un blues auténtico en el que la voz de Magness suena brutal y la guitarra de Darling muy punzante. El cuarto tema es el último de los que fue escrito por Magness y Darling. Whistlin' in the dark recuerda el soul sureño de Eddie Hinton.

Janiva también hace un cover de Ike Turner, You got what you wanted, con arreglos que llevan a la canción a lo más profundo del funky de New Orleans, especialmente por el sonido del Hammond B3, a cargo de Jim Alfredson, que se entrelaza con unos registros vocales con tinte épico. Y luego sigue con una versión de Gladys Knight, I don't want to do wrong, en el que un coro masculino resalta la profundidad de su canto. En Dirty water, Magness demuestra toda su versatilidad para cantar un blues más denso, para luego comenzar a capella la balada Things left undone. El final la lleva a un viaje intenso por el sur, un góspel titulado Whoop and holler, donde su voz es acompañada por el batir de palmas y el coro de sus músicos al mejor estilo pregunta-respuesta. En definitiva, Stronger for it es un álbum excelente que confirma que Janiva es una mujer con mucho blues, que está en la senda correcta y que, seguramente, en el futuro escucharemos mucho más de ella.


jueves, 15 de marzo de 2012

Retrato de una época

El disco de John Mayall que acaba de ver la luz, Big man blues, fue grabado hace 30 años en Los Angeles. Aquí no está ninguno de los grandes guitarristas que integraron los Bluesbreakers: Eric Clapton, Peter Green, Mick Taylor, Walter Trout o Buddy Whittington. La banda está integrada por músicos que no quedaron en la historia grande de los soldados de Mayall: James Quill Smith (guitarra), Kevin Mc Cormick (bajo), Soko Richardson (batería), Maggie Parker (percusión) y Christiaan Mostert (saxo y flauta). Así y todo, Big man blues viene a reivindicar esa época un tanto olvidada del padre del blues inglés.

Este disco, que originalmente se iba a llamar Road show blues, y que está compuesto por siete temas de estudio y dos en vivo –Baby, what you want me to do y Mexico City-, encuentra a Mayall en completo dominio de la escena, manejando los hilos de una banda que suena compacta porque ya hacía más de un año que venían tocando juntos. Al álbum hay que escucharlo sin prejuicios y menos intentar compararlo con los discos de los sesentas. Hay que entenderlo dentro de la época en el que fue grabado. La banda suena muy aceitada y efusivamente enérgica. Mayall se destaca por su fiereza vocal y su voluntad incansable con la armónica, aunque, como también es su costumbre, alterna la guitarra y los teclados.

Los mejores temas de Big man blues, el tercer y último disco grabado para el sello londinense DJM Records, son John Lee Hooker boogie, donde Mayall relata la historia del músico nacido en Clarksdale y que se convirtió en uno de los emblemas de la historia del blues. La armónica de Mayall suena formidable y se balancea por encima del sonido del piano y los licks de la guitarra de Quill Smith. Y en Mama talk to your daugther, de J.B. Lenoir, la voz de Mayall alcanza unos registros fabulosos, con los coros que hacen su esposa Maggie y los otros músicos.

El álbum dura 38 minutos y eso hace que sea un poco más aceptable. Tal vez, si fuera más extenso, con el correr de los minutos iría decayendo el interés. Por un lado es un disco que a los fanáticos de Mayall les servirá para completar su colección, ya que es un retrato de una época. Los que nunca lo escucharon por favor no empiecen con este disco, vayan directamente a los primeras grabaciones que hicieron historia.

lunes, 12 de marzo de 2012

Family guy

Ayer murió un gran guitarrista, un bluesman que resignó el éxito por amor a su familia. Tal vez el nombre de Bugs Henderson no sea muy conocido por estos pagos, pero en Texas era una verdadera leyenda. Tenía 68 años y no pudo soportar los embates de un cáncer de hígado que lo aquejaba desde hacía un año.

La primera vez que escuché un disco suyo fue durante los noventa, de la misma manera que descubrí muchos otros músicos. El álbum American music llegó en una caja en la que entraban unos 20 cd’s, mezclado entre discos de blues y de jazz. Guillermo, el dueño de la disquería Minton’s, me dijo: “Llevalo y si te gusta después me lo pagas”. Y así fue. Después escuché muchos más discos de Henderson, pero ninguno me impactó tanto como ese álbum en vivo que tenía temas alucinantes como Dance till the moon go down o versiones incendiarias de I’m tore down, Big legged woman o Back to Louisiana. Pero sin dudas la canción que hizo que me estallara la cabeza fue el cover de Ain’t nobody business if I do. El solo del comienzo es tan intenso, tan salvajemente descarnado, que hay que ser un marciano para no dejarse llevar.

Johnny Winter y Bugs Henderson
Ese álbum, además tiene el tema Honky tonk, en el que Henderson zapaba nada más y nada menos que con otras glorias de Texas como Johnny Winter, Willie Nelson, Jimmie Vaughan y John Ely. Así entré al gran mundo de Bugs Henderson y luego conseguí algunos de sus otros discos: Years in the jungle (1993), Daredevils of the red guitar (1994), That’s the truth (1995) y Legendary jams (1976-1980) en el que su guitarra se batía a duelo con las de Winter, Roy Buchanan, Freddie King y Ted Nugent. Como verán, a Henderson no le faltaban amigos.

El sonido de su guitarra fue realmente revolucionario. Encaraba los blues de manera más atrevida que la media de los músicos, pero siempre respetando sus raíces texanas. Hizo, en definitiva, lo que le recomendó Freddie King, su mentor: “Sigue tu corazón”. La prestigiosa revista Guitar Player consideró que “Henderson debería ser declarado un tesoro nacional”, mientras que Blues News lo definió como “el prototipo del guitarrista texano brutal que no toma prisioneros”.

Bugs junto a uno de sus nietos
Bugs Henderson tuvo todo para convertirse en un héroe de la guitarra, pero su familia siempre estuvo antes que la música. “Si me hubiese convertido en un rockstar nunca habría tenido la vida que tengo, no podría estar con mis hijos y asistir a sus partidos de béisbol”, dijo en varias entrevistas. Eso hizo que saliera poco de gira y que, más que nada, se dedicara a tocar cerca de donde vivía, en la ciudad de Garland, en las afueras de Dallas. Cuando sus hijos crecieron, para no extrañarlos, los sumó a sus giras: Buddy se convirtió en su baterista, Cody en su técnico de sonido y Rose en su vendedora demerchandising. De todas maneras, Henderson dejó un nutrido catálogo discográfico, aunque siempre grabó para sellos menores como Taxim, Burnside, Blue Flame y Trigger Music.

Hoy no hay mejor homenaje que escuchar sus discos y redescubrir a un guitarrista tremendo cuyo legado musical perdurará por siempre.

viernes, 9 de marzo de 2012

That 70's show

Estaba previsto que el show empezara a las 21 y yo una hora antes estaba a dos de llegar. Si bien ya había venido varias veces a Santiago, calcular los tiempos del tráfico en una ciudad en la que uno no vive es difícil. Lo cierto es que decidí acortar el recorrido en subte, desde la estación Los Leones hasta Universidad de Chile. Con esa movida recuperé un poco de tiempo que volví a peder después: los Carabineros estaban reprimiendo una marcha cerca de la Casa de la Moneda y había calles cortadas. Llegué al Teatro Caupolicán, sobre la calle San Diego, justo a las 21, pero el show había empezado 15 minutos antes. Me perdí los tres primeros temas, pero gracias a la acreditación que me consiguieron los amigos de 2120.cl pude entrar sin problemas para ver a una leyenda del rock de los setentas.

Y lo que vi fue fabuloso. Mark Farner descolló. Durante una hora y pico desplegó todo su power rockero ante una audiencia alienada que coreó sus canciones más conocidas y no dejó de aplaudirlo después de cada solo o al final de cada canción. Así, el ex líder de la mítica Grand Funk Railroad reconfirmó su idilio con el público chileno, ese que comenzó en 2000 cuando se presentó en el Estadio Víctor Jara.

Anoche, Farner mechó unas pocas canciones de su etapa solista con las de Grand Funk Railroad. Si bien el sonido no fue de lo mejor, la banda lo compensó con potencia y pasión. El bajista Lawrence Buckner está junto a Farner desde hace más de 20 años y, más allá de llevar el ritmo con buen groove, rellenó todos los espacios que el guitarrista dejó libres. Hubert Crawford, quien tocó en la banda de James Brown, aporreó con ganas su batería, marcó los cambios y le dio la dosis extra de fuerza que la historia de GFR amerita. El cuarto eslabón de la formación fue el tecladista y percusionista Karl Propst, quien no estuvo en todos los temas para dejar que la banda se luciera como un power trío. Los tres músicos, además, alternaron las voces en muchas de los canciones.

Farner dejó todo arriba del escenario, a tal punto que más de una vez tuvo que recurrir a un Gatorade de manzana para recuperar energía. Y también tuvo su momento emotivo: primero cuando vio un cartel de uno de sus fans que decía: "Mark we pray for Jesse", por su hijo que padece serios problemas de slaud, y luego cuando el público entonó con ganas la letra de canciones como Mean mistreater o I'm your captain.

La parte que más me gustó fue cuando entrelazó tres de las canciones que llevaron a Grand Funk a la cima, curiosamente dos de ellas covers: The Loco motion, Some kind of wonderful y la balada épica Heartbreaker. Con la última, especialmente, demostró que en su ADN todavía está ese rock arena setentoso que hacia vibrar a multitudes. Farner también dejó en claro que es un músico inquieto: dejó la guitarra para tocar los teclados en un par de temas, sopló su armónica en Inside lookin' out y le dio con ganas a una pequeña batería en un impasse de percusión, que comenzó con Crawford solo y terminó con los cuatro músicos golpeando al mismo tiempo, casi de manera tribal. El show terminó y la gente se quedó enloquecida, coreando un ensordecedor "ohh ohhh" que duró varios minutos. Cuando salimos, el centro de Santiago estaba apagado. Ya no se escuchaban los disparos de goma de antes. Sólo retumbaba en nuestros oídos el glorioso rock and roll.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Asunto de familia

Un viejo maestro volvió a los estudios de grabación cuando se cumplen 25 años de su álbum debut, King of the jungle, que lo llevó a las grandes ligas del blues. Eddie C. Campbell no cambia la fórmula, su forma de sentir y tocar los blues sigue siendo la misma. Para esta nueva aventura discográfica eligió una banda nutrida de familiares, entre los que está otra leyenda de Chicago, su ahijado Lurrie Bell.

Spider eating preacher es su segundo trabajo para el prestigioso sello Delmark; el primero fue Tear this world up, de 2009. Aquí, Campbell ratifica que el sonido de Chicago está más vigente que nunca, que los músicos de la vieja guardia pueden seguir levantando la bandera que heredaron de sus maestros, aquellos que hoy son próceres indiscutidos del género. Es que la historia de Eddie C. es como la de muchos otros de sus contemporáneos: emigró del Mississippi a Chicago en busca de una vida mejor; se colaba para escuchar a Muddy Waters en el 1125 Club; hizo sus primeras armas musicales en el West Side junto a Magic Sam y Luther Allison; y tocó en las bandas de Koko Taylor, Jimmy Reed, Willie Dixon y Little Walter.

Este disco, de nombre enigmático, tiene doce canciones nuevas, que fueron compuestas por la sociedad que Eddie forma con su esposa Barbara Mayson, quien aquí también toca el bajo en seis temas. El hijo de ambos, David, tiene una discreta -pero para él seguramente alucinante- participación: toca el violín en dos canciones. Completan la banda: el tecladista Daryl Coutts, Aaron Getsug (saxo), Marques Carroll (trompeta), Robert Pasenko (batería) y Vuyani Wakaba (bajo).

Lo más notable es la participación de Lurrie Bell. Si bien no es la primera vez que graban juntos -Lurrie tocó el bajo en King of the jungle-, ahora están de igual a igual. Alternan la guitarra y la armónica en una comunión musical fascinante. Un claro ejemplo de eso es el mano a mano acústico incendiario con el que cierran el álbum. Playing around this blues comienza con Eddie preguntándole a Lurrie: “¿Estás listo para tocar un blues?”. Y Lurrie responde: “Por supuesto que estoy listo”. ¡Imagínense lo demás!

Los otros tres temas que completan el track list son Cut you a-loose, de Mel London; All my life, de Jimmie Lee Robinson; y Skin tight. En definitiva, es un álbum muy bueno en el que se combinan unos blues duros con algunos suavizados por el groove de los teclados y los vientos. Los seguidores del blues de Chicago van a saber apreciarlo, pero también es un disco interesante para aquellos que busquen un sonido más fresco y renovado sin alejarse mucho de la tradición de la Ciudad del Viento.

viernes, 2 de marzo de 2012

El clan Burnside


Podríamos decir que esta historia empezó a escribirse el 23 de noviembre de 1926 en la ciudad sureña de Oxford, pero sus capítulos más importantes se desarrollaron unos kilómetros más al norte, en Holly Springs, muy cerca de Memphis. En esos poblados nació, se crío y se formó musicalmente R.L. Burnside, uno de los bluesmen más emblemáticos del Mississippi, cuyo legado sigue hoy vigente en una innumerable cantidad de discos y en sus descendientes.

Fred McDowell
R.L. aprendió a tocar la guitarra escuchando a su vecino, el legendario Fred McDowell, maestro del slide y pieza clave en el resurgimiento del blues en los sesenta. Durante décadas los blues de R.L quedaron limitados a su zona de influencia, el norte de Mississippi y el sur de Tennessee. Por eso no tuvo otra opción que alternar la guitarra con la pesca y los trabajos rurales para poder vivir y mantener a su numerosa familia. De a poco, sin carteles de neón ni agentes de prensa, fue armándose una reputación. En los sesenta grabó para el sello Arhoolie y recién a fines de los ochenta hizo sus primeras giras lejos de su casa, incluso fue convocado a algunos festivales de blues en Europa.

Pero el reconocimiento a gran escala le llegó junto con su amigo y vecino de Holly Springs, Junior Kimbrough. En los noventa ambos músicos fueron fichados por la discográfica Fat Possum, luego de que tuvieran una significativa aparición en el documental Deep Blues, de Robert Mugge. Para ese sello grabaron un puñado de discos que hoy definen el sonido eléctrico y crudo del norte de Mississippi. Too bad Jim y Come on in son dos de los discos más interesantes de R.L. Burnside. El primero, de 1992, está considerado como su mejor álbum, y es un fiel reflejo de cómo sonaba en los juke joints. El segundo, de 1998, es tan jugado y extremo que cuesta creer que lo haya grabado a los 71 años. Combina su blues crudo y salvaje con los loops y samplers del DJ Tom Rothrock. ¿El resultado? Un puente generacional entre las raíces y la música electrónica, que fue muy cuestionado por los puristas pero que, con el tiempo, ha logrado revalorizarse. Se podría también sumar el que grabó junto a Jon Spencer en 1996, A Ass pocket of whiskey, otro trabajo contundente y atrevido.

Duwayne Burnside
R.L. murió el 1º de septiembre de 2005 en un hospital de Memphis. Tenía 79 años y hacía cinco que su salud era muy delicada, debido a una serie de complicaciones cardíacas. Pero en Mississippi su apellido sigue tan vigente como antes. Uno de sus hijos, Duwayne Burnside, logró apuntalar su carrera solista. Empezó tocando el bajo junto a su padre y luego se dedicó por completo a la guitarra: tuvo un paso interesante por los North Mississippi All Star y hoy es uno de los músicos más activos de todo el sur profundo. Live At The Mint es un gran disco para acercarse a su música.

Cedric Burnside
Otro de los herederos, Garry Burnside, formó junto a su sobrino Cedric (nieto de R.L.), la Burnside Exploration, con la que editaron un disco en 2006. Garry había tocado en la banda de Junior Kimbrough y Cedric se había consolidado como baterísta de su abuelo, en la misma formación en la que la otra guitarra estaba a cargo de un hijo por adopción de R.L., el genial Kenny Brown. Hoy, Garry escribe canciones y toca junto a The Hill Country Revue, banda formada por Cody Dickinson, de los North Mississippi All Stars. Cedric, en cambio formó un dúo arrollador junto al guitarrista Lightinin’ Malcom. Hay muchos más Burnside’s por ahí. R.L. tuvo trece hijos que le dieron 35 nietos, aunque no todos se dedican a la música. Pero hay otros que heredaron su legado: a los ya mencionados Kenny Brown, los North Mississippi All Stars y Jon Spencer, podemos sumar a los Black Keys, Seasick Steve, los White Stripes, J.J. Grey y muchos más. R.L. vive en todos ellos.