viernes, 30 de abril de 2010

Mondo-Bloomfield

La locura por Michael Bloomfield me agarró en el 94. No me acuerdo cómo conseguí el primer disco de la Paul Butterfield Blues Band, pero sí el efecto que causó en mí: quedé alucinado con el sonido de la banda y, especialmente, con la primera guitarra. Tiempo después –semanas o un par de meses, quién sabe- compré en el Tower Records de Costa Mesa, al sur de Los Angeles, dos discos que fueron decisivos en mi formación musical: A long time comin', de Electric Flag, y Super Session, de Bloomfield, Stephen Stills y Al Kooper. Me acuerdo que primero puse el del trío. Comienza con un solo de Bloomfield impresionante en el tema Albert’s shuffle, luego se suma el hammond de Kooper adornado por una tromba de instrumentos de viento. La guitarra de Bloomfield vuelve a poseer la estructura de la canción para darle forma definitiva. Recuerdo que me costó comprender cómo ese muchacho blanco, muerto desde hacía 13 años, había logrado tocar de esa manera. Parecía bendecido por Magic Sam y Otis Rush, poseído por el influjo del West Side de Chicago.

Esos tres discos son de lo mejor de la década del sesenta y esenciales para quienes estén entrando al mundo del blues y del rock clásico. El primero de Paul Butterfield es un decálogo de blues. Fue grabado en 1965 y se erigió como la respuesta más contundente de los jóvenes blancos estadounidenses a la avanzada blusera que venía desde Gran Bretaña, encabezada por los Stones, John Mayall, Alexis Korner y unos jóvenes guitarristas que apenas empezaban a sacarle filo a sus solos como Clapton, Peter Green y Jeff Beck. El segundo, A long time comin', de 1968, es más funky y rockero. Tiene soul y country. Electric Flag fue un súper grupo -integrado por Bloomfield, Nick Gravenites, Buddy Miles y Barry Goldberg, entre otros- que duró poco, pero que en ese breve lapso, dejó una huella imborrable. Finalmente el de Bloomfield con Kooper y Stills, también del 68, es blues y psicodelia en su máxima expresión. Una obra de arte formidable y superadora que fue gestada en base a la estructura y complejidad de los discos de jazz. Además del solo de Albert’s shuffle, lo que Bloomfield toca en Really es de un nivel extraordinario.

Pero todavía me faltaba algo más. En aquellos años la información no fluía como ahora. Había que conseguir revistas o libros para ir uniendo datos e historias. Así fue como llegué a Highway 61 revisted, tal vez el disco más trascendental de la carrera de Bob Dylan y probablemente de la historia del rock. Corría el año 1965 y Dylan, influenciado por los Beatles, dio un cambio radical a su música. Dejó el sonido folk que lo había hecho famoso y se convirtió en un rocker. Primero en su presentación en el festival de Newport y luego con la edición del álbum que sacudió al mundo de la música: Like a Rolling Stone. Y para ello contó con la colaboración de Bloomfield en guitarra, claro.

A partir de ahí empecé a bucear en el mondo-Bloomfield. No fue difícil conseguir East-West, el segundo álbum de Paul Butterfield Blues Band. Para el año 66, Bloomfield ya había desarrollado un estilo propio que iba más allá del blues de Chicago. En su forma de tocar se cruzaba el jazz, el rock, el raga hindú, la psicodelia. Sí se me hizo más complicado conseguir sus discos como solista de la década del 70 ya que su discografía es un tanto desordenada. Compré The Roots of Blues, un compilado interesante del sello LaserLight y después Blues, Gospel and Ragtime (Guitar instrumental), del sello Shanachie, con el que conocí otra cara de Bloomfield, acústica y más reflexiva.

En otro viaje por los Estados Unidos conseguí Triunvirate (1973), de Bloomfield junto a Dr. John y John Hammond. Aunque después de escucharlo unas cuantas veces me quedó un sabor amargo. La grabación de ese disco fue una idea comercial del sello Columbia, pero los tres músicos no tuvieron la química adecuada y el resultado es apenas discreto. Pero el mercado se fue abriendo y casi sin escala aterrizaron en mi equipo de audio Live at The Old Waldorf y Living in the fast lane. Excelentes los dos. Depués compré uno de Barry Goldberg en el que tocaba Bloomfield, y la banda de sonido de la película The Trip (1967), con música de Electric Flag, y The Paul Butterfield Original Lost Elektra Sessions. El círculo se cerró hace pocos años cuando Columbia reeditó The Live Adventures of Mike Bloomfield and Al Kooper y Fillmore East: Al Kooper & Mike Bloomfield – The Lost Concert Tapes 13/12/68, en el que quedó registrado un momento histórico: cuando invitan al escenario a un joven y desconocido Johnny Winter, quien tiempo después ficharía para Columbia.

Mike Bloomfield fue un músico brillante, tanto con la Telecaster como con la Gibson Les Paul. Casi no usaba efectos ni distorsión. Tocó en el festival de Monterey (1967). Y, además de con Bob Dylan, grabó con Janis Joplin, Muddy Waters, John Cale, Taj Mahal y Moby Grape. Conoció el éxito a fines de los sesenta en San Francisco, la meca por entonces, pero su adicción al alcohol y la heroína lo llevaron a la tumba antes de cumplir los 38 años (el 15 de febrero de 1981). Ahora su música volvió a mí con todo. Saqué los discos que tengo desde hace mucho y empecé a escuchar uno tras otro. Así, sin explicación aparente, quedé bloomferizado.

lunes, 26 de abril de 2010

El Duke de Harlem

En una esquina del norte de Manhattan, donde el Central Park se funde con Harlem, está el monumento a uno de los músicos más importantes del siglo XX. Duke Ellington no sólo es sinónimo de jazz, sino que también representa a lo más hondo de la música popular estadounidense. A mediados de los años veinte, Ellington dejó su sello en Harlem con sus presentaciones en el célebre Cotton Club. Por eso su figura se recorta sobre el cielo neoyorquino, allí donde la calle 110 –aquella que tiempo después inmortalizó en una canción Bobby Womack- se cruza con la quinta avenida. La estatua pertenece al escultor Robert Graham, fue inaugurada en 1997 y mide más de siete metros y medio. Hasta allí se llega muy fácil en subte o colectivo desde cualquier punto de la ciudad y es un buen punto de partida para caminar por Harlem, que tiene muchos atractivos como el parque Marcus Garvey, el Apollo Theatre o la popular calle 125 (también llamada Dr. Martin Luther King Jr. Boulevard). También hay muchas iglesias en las que se puede escuchar muy buen góspel los fines de semana o infinidad de restaurantes que preparan la más exquisita soul food.

viernes, 23 de abril de 2010

Just push play

Aquí van cinco lanzamientos recientes. Cuatro fueron grabados y mezclados entre fines del año pasado y comienzos de 2010. Uno, el de Johnny Winter, es una recopilación de temas de en vivo rescatados de los archivos. Buena música para empezar a pasar el invierno. Play it loud.

Ben Harper & Relentless7 - Live From The Montreal International Jazz Festival. Ben Harper es uno de los músicos más prolíficos de los últimos años. El año pasado editó un gran disco eléctrico y furioso –White lies for dark times- junto a la banda Relentless7 y ahora éste álbum en vivo es el complemento ideal de aquél. Rock de guitarras salvajes, buenas canciones y toda la magia de Ben Harper en directo. Live... tiene trece canciones entre las que se destacan la sensacional Lay there and hate me (¡Por Dios qué temazo!), Shimmer and shine y los covers Red house, de Hendrix, y Under pressure, de Queen.

Jakob Dylan – Women + Country. Para su segundo disco solista, el hijo de Bob Dylan cambió de productor. En el primero, Seeing things, contó con el trabajo de Rick Rubin. Ahora la producción quedó en manos de T-Bone Burnett. Ellos ya habían trabajado juntos durante la época de los Wallflowers y, si bien este disco no se parece a lo que realizaron antes, han logrado nuevamente una sinergia muy interesante. Women + Country es un álbum cálido, reflexivo, íntimo. Las melodías generan lo que el título promete. Jakob Dylan es un artista ya consolidado y aunque éste sea muy buen disco, da la sensación de que él todavía no llegó a su techo.

John Butler Trio – April Uprising. Power funky. Reggae. Rock. Pop. Folk. Todo eso es parte del combo musical que propone John Butler. Aquí, en su flamante disco, presenta una formación nueva: Byron Luiters (bajo) y Nicky Bomba (batería). Excelentes canciones, letras un poco más comprometidas políticamente, riffs y acordes poderosos son la columna vertebral de April Uprising. Este es su cuarto disco oficial de estudio. Aquí Butler demuestra que está en perpetua evolución, siempre manteniéndose fiel a su estilo, ese que comenzó a desarrollar cuando era joven y tocaba en las calles de Australia. Esos días han quedado atrás, como sus rastas, pero el espíritu está intacto.

Johnny Winter - Live Bootleg Series, Vol. 6. La sexta entrega de esta serie de Live Bootlegs del albino tiene seis temas correspondientes a distintas épocas. Como en las anteriores, sus performances son asombrosas aunque aquí el sonido no es tan bueno. Tal vez los que no escucharon mucho de Winter deberían empezar por otros discos; éste es especial para aquellos que conocen toda la discografía del tornado texano y siempre quieren más. Hay una gran versión de Blackjack y además se despacha con Johnny Guitar, She likes to boogie real low, Sen-Sa-Sun y White line blues. El bonus track es una versión de 14 minutos y medio de It’s my own fault. Johnny está inspirado pero, repito, el audio no es bueno.

Jubal Kane - Stone Biscuit. Jubal Kane es un quinteto de Carolina del Norte que toca blues con un sonido clásico. Este disco doble en vivo es impresionante. Hacía rato que no escuchaba una banda contemporánea que sonara tan cruda. La armónica de Ace Andersson es sucia, distorsionada, envolvente. Todo tiene un clima de juke joint, humo y largos sorbos de bourbon. Otis Thomas es el cantante y guitarrista principal y combina sus orígenes en Illinois con sus años viviendo en Texas. La selección de temas incluye varios clásicos: Rollin’ and Tumblin’, Stormy Monday, Easy Rider y Going Down, más algunas canciones propias. Una buena banda para revalorizar el blues clásico.

martes, 20 de abril de 2010

Aquél pinot

El sommelier de la vinería era mexicano y en cuanto detectó que yo era extranjero me preguntó si hablaba español. Así empezó la charla con este personaje de mediana estatura, bigote fino y peinado estilo cubano. Esa noche yo tenía una cena y, si bien no sabía cuál iba a ser el menú, quería llevar un vino. En las vinerías de Nueva York se consiguen caldos de todo el mundo y en esa, frente a Battery Park, no era la excepción. Tenía un amplio surtido de vinos de distintos países entre los que había algunos malbec y torrontés argentinos.

Pero yo quería aventurarme más allá. Tengo un gran recuerdo por los pinotage sudafricanos así que fue mi primera opción. Me dijo que en ese momento de Sudáfrica sólo tenía un cabernet y un blend que no recuerdo su composición. Entonces me acordé que un conocido sommelier me dijo hace un tiempo que los pinot noir de Oregon son de los mejores del mundo. El amigo mexicano me pidió que lo acompañara a otro sector de la vinería donde estaban esos vinos. Lamentablemente los pinot de esa región que tenía eran o muy caros, de 70 dólares para arriba, o con tapa a rosca, de unos 20 o 25 billetes verdes. Entonces vi que tenía el pinot de Francis Ford Coppola y le pregunté qué onda. Me aconsejó que por ese precio, poco más de 30 dólares, había muchos vinos mejores. Pero que se vendía mucho por el marketing del nombre del director de cine.

Entonces me sugirió que probara un pinot noir californiano. El Rodney Strong costaba 23 dólares. Me dijo que el ahumado prevalecía en su aroma cargado de frutas rojas y pétalos de rosa y que si bien no era un vino con mucho cuerpo, tenía una textura muy interesante que se adaptaba bien a muchos tipos de comidas. El precio era aceptable y el vino parecía rico. Así fue como el noble sommelier mexicano me convenció de llevarlo. Y no estaba errado. Esa noche Ariel y María me agasajaron con un exquisito risotto que acompañamos con el Rodney Strong. El vino nos bañó con su sabor y aroma. Todo maridó perfectamente con las luces de la gran ciudad penetrando por las rendijas de la persianas que cuelgan de los grandes ventanales.

viernes, 16 de abril de 2010

Bonamassa rocks

Empiezo por el final. Ya tengo las palmas moradas de tanto aplaudir. La gente está de pie ovacionando. Es impresionante. Tan impresionante como las dos horas y algo más que acaban de transcurrir. Joe Bonamassa dio un recital descollante. Una cosa es escuchar sus discos. Otra, realmente alucinante, es verlo en vivo. Bonamassa es un artista que está en total control del show, de su guitarra y del público. Los últimos acordes de Just got paid, de ZZ Top, acaban de sonar. Bonamassa presenta a sus músicos y agradece a todos. Sabe que está escribiendo un nuevo capítulo en la historia del blues. Todos lo saben.

Joe Bonamassa es a esta generación lo que Stevie Ray Vaughan fue a la de los ochenta. Tal vez alguno que esté leyendo esta crónica piense que estoy delirando o algo parecido. Pero no. Estoy hablando del mejor guitarrista del momento. El que es capaz de todo sin sonar trillado. Tiene un estilo muy definido, combina un virtuosismo absoluto con una excelente escuela. Bonamassa apenas tiene treinta y pico y creció escuchando a SRV, Led Zeppelin, Hendrix, Rory Gallagher, Clapton y blues tradicional. En estos años no sólo desarrolló una técnica muy personal con la guitarra, sino que también se convirtió en un cantante exquisito y, lo que es más importante aún, en un compositor extraordinario.

El escenario esta vez es el Town Hall, un teatro de las dimensiones del Opera, que está sobre la calle 43, a metros de una de las esquinas más famosas del mundo: Times Square. "La primera vez que toqué en Nueva York tenía 23 años. Me presenté en un pequeño club, el Mercury Lounge. Era una noche lluviosa de lunes y allí apenas había doce personas. Pero estaba en NY que era lo que siempre había soñado. Así que subí al escenario y di un show infernal. Seguramente fue el mejor de mi vida", contó Bonamassa al público en el único alto que hizo en su arrolladora performance.

El show del Town Hall empezó a las ocho en punto. Arrancó con The Ballad of John Henry y enseguida tocó Last kiss. Dejó la guitarra de doble mango y su asistente le entregó una Gibson Les Paul negra. Bajó los decibeles del comienzo y los acordes de So many roads coparon la sala. Luego siguió con If heartaches were nickles, de Warren Haynes, y el clásico Further on up the road. Para ese momento, un primerizo como yo en un Bonamassa Live, estaba con la boca abierta y reseca de la emoción. Las manos sudorosas y todos los sentidos puestos en lo que salía del escenario.

Bonamassa volvió a cambiar la guitarra, otra Les Paul roja y anaranjada, y se quedó solo en el escenario con su tecladista: Rick Melick. Empezó muy abajo y fue subiendo de a poco. Se sumaron el bajista Carmine Rojas y el baterista Bogie Bowles y terminaron muy arriba con un gran versión de Slow Gin. Luego siguieron con Lonesome road blues, Happier times y Blue and Evil. Cuando era imposible pensar qué más podía hacer para superar lo que ya había hecho, se zarpó con un slow blues profundamente conmovedor: Three times a fool, del gran Otis Rush. Enseguida, sin dar respiro, tocó Blues Deluxe para luego despuntar su sonido más zeppelinezco con Young man blues.

Pero faltaba más. Y aquí quiero hacer un punto y aparte. Hasta ese momento todo era guitarras eléctricas y un sonido potente, limpio y a la vez furioso. Su asistente le dio una guitarra acústica y empezó con unas maravillosas notas de flamenco y enseguida mezcló un viejo blues del Mississippi. No exagero cuando digo que parecía poseído por Paco de Lucía y Robert Johnson al mismo tiempo. Todo eso fue el preámbulo de Mountain time, que terminó explotando en una andanada rockera vertiginosa. Para los bises empezó con Bird on a wire y llegamos a Just got paid, con la Flying V en llamas. El recital había terminado pero no para mí, que sigo reviviéndolo una y otra vez.

En la butaca de al lado tenía a una mujer de unos treinta y pico. A los gringos siempre les gusta dar charla y me preguntó qué me había parecido el show y si era la primera vez que que lo veía en vivo. Le respondí "Fucking amazing" y le dije que sí que era mi primera vez. Ella me contó que era el decimosexto concierto al que iba y que ahora yo ya estaba "Bona-Baptized". Les aseguro amigos que fue uno de los mejores shows que ví en mi vida. Feroz, electrizante, impecable, demoledor. Joe Bonamassa es lo que todo joven guitarrista de blues sueña con llegar a ser: el mejor.

jueves, 15 de abril de 2010

Full of blues


A las 19.30 apenas había dos mesas ocupadas: la que estaba yo y otra en la que había dos parejas. En total éramos cinco personas esperando que comenzara el show. Pensé que tal vez el músico iba a esperar a que llegara alguien más, pero no. Slam Allen subió su inmensa humanidad al escenario, conectó su guitarra Grestch y empezó a tocar. Antes dijo algo así como: "No importa si hay una o mil personas, cuando toco lo hago con el alma". Y así fue. Durante más de una hora y media Slam Allen, guitarrista de la banda de James Cotton, despachó sus blues y algo más.

Terra Blues es tal vez hoy el mejor bar de blues de Nueva York. Es cierto que sobre la calle 42 está el club de B.B. King, pero es mucho más grande y no siempre tocan bluesmen. Terra está sobre la calle Bleecker, en el Greenwich Village neoyorquino, en una zona donde hay varios bares y restaurantes a la cual es fácil llegar desde cualquier punto de la ciudad. Allí se presentó anoche a Slam Allen, que no sólo es un gran guitarrista, sino también un cantante con mucho soul y una gran persona. En el intervalo de su show conversé con él unos minutos en los que recordó su paso por Buenos Aires el año pasado junto a James Cotton y mandó saludos para sus amigos argentinos MC y el Bohemio.

Con el correr de los minutos fue llegando más gente al bar y Slam siguió tocando como al principio. Además de interpretar muchos temas de sus dos discos, tocó clásicos del blues como The things that I used to do, Sweet Home Chicago y That's alright. Y también hizo emotivos tributos a Howlin' Wolf, Otis Redding, James Brown, Jimi Hendrix y hasta Prince. Fueron muy buenas sus versions de The Dock of the Bay, Kiss (la de "You don't have to be rich to be my girl…") y I feel good. Pero lo mejor, sin dudas, vino cuando interpretó Red house: incendió la sala.

Pero eso no fue todo. A las 22 empezó el segundo show de la noche. A priori el nombre de la banda no decía mucho: T Blues Band. Hasta que pregunté quiénes la integraban. Para empezar, el legendario guitarrista Michael Hill, quien grabó en los noventa junto a los Blues Mob para el sello Alligator y es uno de los bluseros más reconocidos de Nueva York. Los otros miembros de la banda son el guitarrista Jr. Mack (un maestro del slide a quien ya había visto tocando la acústica en ese mismo bar en diciembre de 2008), el contrabajista Cliff Shmidt y el baterista Barry Harrison. La banda suena compacta y se nota que tocan juntos realmente por placer. El show arrancó con una dedicatoria al Gran Albert King y una versión demoledora de Blues at Sunrise. Luego siguieron con Fever y llenaron el ambiente de mucho más blues. Para ese momento Terra Blues estaba casi lleno. Por mi mesa ya había pasado la tercera pinta de Guinness y el blues fluía con la naturalidad del agua de deshielo. Me mostré a mis mismo unas cartas imaginarias y me di cuenta que había ganado con un full de blues.

Fotos: 1) Slam Allen / 2) T Blues Band. De izq a der: Michael Hill, Barry Harrison, Cliff Shmidt y Jr. Mack.

viernes, 9 de abril de 2010

Groovin' in Dublin


Llegué a Dublin sobre las seis de la tarde luego de un viaje que fue más largo de lo esperado. Tomé un bus hasta el alojamiento que tenía reservado, hice el check in, subí a la habitación, me acicalé y me fui volando. Es que en algún punto de la ciudad, una ciudad completamente extraña para mí, en el Teatro Olympia, tocaba John Butler Trio. Pregunté cómo ir y tomé otro bus. Con un mapa y apenas una hora en la ciudad conseguí llegar.

El Olympia es un teatro muy pintoresco que tiene 200 años y está sobre Dame Street a espaldas de Temple Bar, una zona muy conocida de Dublin por los pubs y la movida nocturna. En la puerta del teatro había gente haciendo la fila para entrar. Fui entusiasmado a la boletería y pedí una entrada. “Sorry sir. Sold out”, me dijo seco el boletero. Fue un golpazo de knock out. Quedé desconcertado. Salí a la calle como un zombie, tratando de entender cómo no había reservado la entrada por Internet. Se ve que un tipo gordo, con pinta de asesino serial, me vio mi cara de desazón y me encaró. “Do you need tickets?”, me preguntó. Ahhh, los malditos revendedores. Tan odiados y necesarios, como los dealers para los adictos. Cuánto, pregunté. Me respondió: “50 euros”, 17 más de lo que costaba en realidad. Los pagué sin dudarlo y dos minutos más tarde estaba adentro del teatro en una ubicación bastante aceptable: la cuarta fila de la segunda bandeja.

A las 8 subió al escenario Mama Kin, una cantante australiana que abrirá los shows de la gira europea de John Butler en el marco de la presentación de su nuevo disco, April Uprising. El show de Mama Kin duró 45 minutos, fue muy agradable y dejó el escenario para darle paso a la estrella de la noche. A John Butler lo descubrí de casulidad hace tres años en París. Estaba presentando su disco Grand National en la disquería Virgin de los Champs-Élysées y me impactó su onda y su música.

Hello Dublin. We are the John Butler Trio and we come in the name of freedom and respect”. Desde ese momento hasta el final del show el público estuvo en llamas. Butler, que es un maestro del slide y un apasionado de los efectos, combina rock, funk, folk y reggae y le da a su música un estilo único. Es una especie de esponja que absorbió un poco de Ben Harper, Jack Johnson, Dave Matthews, Robert Randolph, John Mayer y, por qué no, Bob Marley. Durante el show cambió de guitarra en casi todos los temas (tiene varios modelos de acústicas y eléctricas e incluso toca el banjo) y se despachó con temas de su nuevo disco y algunos de sus clásicos como Better than, Used to get high y Good excuse. La banda, que no es la misma que en sus discos anteriores, está integrada por Byron Luiters en bajo y el fenomenal Nicky Bomba en batería.

Para los bises tocaron Close to you, del último disco, y terminaron los tres percutiendo unos tambores como si fueran Stomp. Alucinante. La gente estaba enloquecida. Fue realmente emocionante. Gritaban y cantaban. Butler estaba visiblemente sorprendido por el afecto del público. Fue increíble, como dije antes, de principio a fin.

Salí amando al maldito revendedor. Caminé un par de metros y entré a un restaurant a comer algo y después fui a la zona de Temple Bar a tomar unaa Guiness. La noche estaba hecha. Diría que el viaje también.

miércoles, 7 de abril de 2010

@ Liverpool

Liverpool es una ciudad gris y fría. Ayer la recorrí casi toda caminando, mientras escuchaba en el mp3 Revolver y Beatles-Love. ¡Pensar que aquí nació el grupo más grande de la historia del rock! Paseando por sus calles traté de imaginar a John, George, Paul y Ringo en los cincuenta cuando apenas eran unos adolescentes. Qué les gustaba hacer, con qué se divertían, qué los emocionaba. Cuando anocheció fui The Cavern, en Matthew Street, donde los Beatles empezaron a escribir la historia. Estaba tocando un imitador de Lennon. El vato, que se llama Marcus Cahill, tocaba muy bien y cantaba casi como John. Que imite a Lennon tocar está ok, pero que esté lookeado igual es un tanto bizarro. Parecía un Lennon en sus cuarenta pero más rollizo y agoviado. La pasé muy bien con mi pinta de Foster's escuchando temas como Stand by me, Blackbird, Hey Jude, Rocky Racoon y otros. Después, cuando terminó, me metí en un pub en el que estaban dando Barcelona vs Arsenal y, rodeado de ingleses, vi al nuevo beatle del fulbo jugando uno de los mejores partidos de su vida. Si los Beatles fueron más populares que Jesús, Messi, como Clapton, es Dios.

lunes, 5 de abril de 2010

London blues

La noche en Londres está helada. Cae una leve llovizna, persistente y peleadora. Las manos se entumecen y la ropa de invierno parece no abrigar lo suficiente. Los pubs están repletos de ingleses que sostienen los grandes vasos de cerveza con ímpetu. A nosotros el blues nos llama. No hay tiempo de hacer un alto en un pub. Nos bajamos del underground en Oxford Circus y caminamos hasta la mítica Carnaby Street, en Covent Garden. Doblamos a la derecha en una cortada y llegamos a Kingly Street. A media cuadra se ve gente en la calle. Cuando nos acercamos notamos que están todos fumando. El de seguridad, un tipo negro y grandote al que le gustaría parecerse a Mohamed Ali, nos mira con recelo pero nos deja pasar. Por ser domingo es gratis. Así que las pocas libras que llevamos serán invertidas en cerveza tirada. El bar se llama Ain’t Nothing but... y eso es suficiente para nosotros.

Pasó el fin de semana en Londres y los planes que tenía –ver a Son of Dave y a James Hunter- se complicaron por distintos motivos. De última apareció la posibilidad de ir a éste bar a ver a Franck Ash, un guitarrista del cual la única referencia que tenía es que tocó en la banda de Screamin’ Jay Hawkins, y la aprovechamos. La decoración del lugar es la de un típico bar de blues. Pósters de shows y fotos de músicos por todos lados. Muddy Waters, John Lee Hooker, John Primer, Bo Diddley, Willie Dixon. Están todos. A la derecha hay una barra muy completa: variedad de whiskys, ron, vodka... En el centro unas diez o doce mesas y un pequeño escenario en el fondo. Para nuestra sorpresa el bar está lleno de gente. Pedimos unas cervezas -unas Murphy's y una bock cremosa que no recuerdo el nombre- y nos ubicamos a unos cinco metros del escenario. Comienza el show.

Ash es un guitarrista zurdo y veloz. Por momentos su mano izquierda va tan rápido que parece que va a desaparecer. Canta muy bien, con mucho soul. Tiene una buena voz. Si bien al principio parece parco, al final juega y hace cantar al público. Combina el blues de Chicago con el Texas style. El repertorio de canciones, en su mayoría, está compuesto por clásicos y algunos temas más modernos: Corrina, I’d rather drink muddy waters, Pack it up, Dust my broom y Somebody have mercy. Más de una hora de blues a pleno en un gran lugar es suficiente para nostros. Nos abrigamos y salimos. El frío sigue implacable pero al menos ya no llueve. Afuera, los fumadores conmueven. Resisten el clima con pitadas largas y nerviosas. Se ve que el dueño del bar debe ser fumador y los comprende: si bien está prohíbido fumar en los bares por una orden municipal, montó un proyector que da contra la pared de enfrente en la que se puede ver el show. En el camino hacia el underground hacemos una parada para comprar unas deliciosas veggieburguers con queso de cabra. Subimos al metro. La noche, gran noche, llegó a su fin. Pero habrá más…